Frialdad

os magníficos sones de la Orquesta Filarmónica de Viena en la Sala Dorada del Muskverein de la capital austriaca, dirigida este año magníficamente por el berlinés Christian Thielemann, hicieron la magia de que uno hiciera un paréntesis en las pequeñas miserias de esta conturbada villa marinera nuestra y, para finalizar el año de algunas de las inquietantes aseveraciones de la cirujana aposentada tranquilamente en la poltrona de mando consistorial en estos papeles para poner colofón al año recién pasado.

Para empezar, no se puede despachar la alegría de mandar al espacio sideral el pomposamente llamado “intercambiador” del Humedal diciendo que no le gustaban los tendejones, cuando no eran las marquesinas el mayor de los males de la operación. Lo peor era la atribución que el gobierno regional se hizo para intervenir en la ciudad sin encomendarse a dios ni al diablo, en una decisión propia de un absolutista ilustrado, ignorando, entre otras cosas, precisamente las atribuciones de una alcaldesa como la agudamente entrevistada por Ignacio Peláez. La razón está clara: había que ponerle pegas a la operación, pero sin criticar al hombrín de Laviana y su gente, con los que tan bien se quiere seguir llevando. Así que lo dejamos en poner en solfa unos simples “tendejones”. La contestación del mando provincial es que se pierden para la ciudad dos millones y medio de euros. Pues hay una estación de verdad para los autobuses pendiente al que se podrían ir aplicando esos millones de Europa.

Bastante sobre el solarón y su populista empeño en hacer un parque para contentar a un grupo alborotador, lo que hará más difícil que avance a un ritmo adecuado la operación de la estación de trenes y su conexión con el túnel del metrotrén que ya atraviesa el subsuelo de la ciudad.

Se empeñan muchos irreflexivamente en alabar la inteligencia de la ciudadana del bisturí en mano por haberse deshecho de la ultraderecha, gracias a la cual llegó a la alcaldía. Para lo que armó, no se necesitan, sin embargo, grandes luces políticas, sino atrevimiento y desahogo para deshacer un pacto y aliarse con un tránsfuga, lo que deja a la vista una falta de ética doble: primero, la de aliarse con el fascismo con tal de llegar a la alcaldía y, segundo, gobernar gracias al conspicuo tránsfuga.

No hace falta leer entre líneas para darse cuenta que la interfecta no está en absoluto conmovida por su ausencia de preocupación ante estas manifestaciones de frialdad. Pulso de cirujana no le falta, pero pesadumbre por la decencia con la que ejerce el poder municipal aún no se le ha observado en su actuación pública. Lo demás es no tener plan de ciudad que valga: gelidez preocupante.

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