Rugidos bélicos

Vuelven las máquinas de guerra volantes a molestar los cielos de nuestra villa marinera para regocijo de una masa que encuentra entretenimiento sin darse cuenta del significado de algunos de esos aviones. Cierto que su existencia es necesaria en nuestros ejércitos para la defensa de lo que hemos dado en llamar nuestra soberanía, o al menos intentarlo. La acumulación de muchas personas engaña bastante: unos miles a lo largo del Muro, en la Atalaya o en la Providencia, causan la ilusión de que la ciudad entera se ha tirado e la calle para ver los aviones, pero son muchos más los que se van de excursión o los que se quedan en sus casas. No hay, por tanto, “amor” de la ciudadanía por la exhibición aérea. De todas formas, se pueden realizar espectáculos volanderos sin incluir en ellos aviones de guerra vigentes. Otra cosa son los históricos u otras máquinas dedicadas a misiones humanitarias o de lucha contra incendios, por ejemplo. No es ejemplar hacer espectáculos con máquinas de matar y, como hemos comprobado desde hace años, importa poco el partido gobernante para que los munícipes consideren que, a pesar de tales argumentos, estas demostraciones son edificantes. La máxima contradicción llega al colmo cuando aquellos mismos que echan a los cielos aeronaves guerreras van a misa piamente en fechas señaladas. Eso recibe el nombre de hipocresía e indica bastante poco de la calidad ética y moral de los mandatarios que así se conducen.

Entramos enseguida en el ferragosto y, aunque en este Cantábrico norteño es lo más probable que no nos achicharremos, la vida de la burocracia administrativa y algunos negocios entre en un letargo sestero y festivo. Trabajarán más los chigres, figones y hoteles por virtud del aumento de forasteros con ganas de jarana. Aumentará la cantidad de ruido y los vecinos que estén en condiciones de hacerlo huirán de la localidad para alejarse de la cochambre rampante.

En definitiva: no todo vale con tal de promocionar el turismo y la hostelería. No hace tanto, las ejecuciones en España, casi entrado el S. XX, eran públicas y las gentes asistían en masa. Imaginemos que, al suprimirse tan bárbara costumbre, posaderos y bodegueros protestasen ante la autoridad porque, al suprimir tales indecentes demostraciones de barbarie, menguaran sus ingresos.

El festival aéreo tiene adherencias que lo hacen insoportable a la convivencia pacífica y a la supresión de los instintos más bajos del ser humano. Se puede hacer lo mismo sin los rugidos de los ingenios bélicos que no hacen otra cosa que demostrarnos los horrores de la guerra: en Ucrania, seguro, escuchar esos estampidos no les provoca ningún sentimiento de bienestar ni se les ocurrirá nunca jamás convertirlo en un espectáculo.

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