Fortuna esquiva

No se sabe qué va peor, si el Sporting o el que la villa tenga unas estaciones de tren y autobús dignas de recibir tal nombre en el sentido que se entiende para este primer cuarto de siglo XXI que corre. Un año cercano de estos atrás, dejé puesto que el equipo rojiblanco era un conjunto de los llamados ascensor, de sube y baja, y que su lugar natural era la Segunda División del fútbol nacional. Muchos fueron los encocorados que hicieron llegar sus airadas protestas y hasta insultos subidos de tono. Pues ahí está el ascensor amenazando con irse a las profundidades de la planta sótano, lugar en que, por ejemplo, estuvieron sin ir más lejos dos equipos capitalinos de provincias: los azules oviedistas y los blanquiverdes santanderinos, ciudades cercanas y comparables a esta villa marinera. Para los dueños –y hasta para el Ayuntamiento– la posición es muy delicada: los primeros porque se quedarían en la situación de tener que poner dinero, cosa a la que no están dispuestos ni en broma; y para el consistorio porque toda la afición mirará en dirección al despacho de la alcaldía en busca de que obre algún milagro, pero que en tesitura como la nuestra, con una gentil dama de Carbayonia al frente de la ciudad, que hasta a su concejal para los deportes mira con desconfianza, poco ha de sentir lo que sienten los gijoneses respecto al equipo de sus entretelas, por más que no les dé más que disgustos. Del sportinguismo de los accionistas mayoritarios nadie duda, pero de su capacidad para llevar a buen puerto la nave rojiblanca existen demasiadas interrogantes, por no poner algo más fuerte. Si estos fueran otros tiempos, la primera autoridad ya se hubiera puesto manos a la obra para buscar comprador o compradores y señalar la puerta de salida a una propiedad que se ve atrapada en unas arenas movedizas que amenazan con tragársela.

Cierto que la alcaldesa no mete goles, como tampoco es responsable de la diligencia con la que los burócratas del ministerio de Transportes y el ADIF mueven los papeles en el interior de sus blindados cuarteles, pero tampoco se sabe mucho del tipo de gestiones hace o, al menos, intenta llevar a cabo, por lo que cabe preguntarse para qué sirve en concreto, por qué tuvimos que importar a una dama de las colinas carbayonas. Para estos resultados, nos vale cualquier propio de la localidad de escasas luces. Ni fútbol ni vías y, por si fueran pocas las desgracias, nos brinda el destino un ataque informático que deja los sistemas municipales de baja indefinida y obliga a retornar al papel y el boli para cualquier gestión. Nos miró un tuerto.

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