Quejas esperadas

Tienen que estar pasándolo muy mal los muy fanáticos del Sporting. Los del común lo lamentamos, pero no nos impide seguir con nuestra vida normal, sin acordarnos del deficiente entrenador, el mediocre momento de una floja plantilla, la escasa destreza del director deportivo y la incompetencia gestora de un consejo que quiere, pero no puede. En otros tiempos no tan lejanos, hasta la primera autoridad local estaría dándole vueltas al caso, pero la gentil dama de Carbayonia –¿será una “chiriví” más?– lo más probable es que ni le haya dedicado un segundo de sus pensamientos a la muy lamentable situación rojiblanca.

El caso del equipo de fútbol local es una muestra más de las cosas que nos pasan: a todos colectivamente, no solamente a los que mandan en la provincia o en la localidad. Porque es cierto que en nosotros también está el problema. Por ejemplo, hay un fenómeno nada despreciable de desgarro de vestiduras por el cierre decretado del ocio nocturno. No se trata ya de los lamentos lógicos y esperados de los dueños y trabajadores de los locales de ocio nocturno; es la clientela la que lamenta la normativa. Recordemos, sin embargo, que en estas fechas son más los que se quedan en casa que los que salen, aunque el número de estos últimos no sea despreciable.

La pandemia ha venido fatal para la vida comercial, y no digamos para las relacionadas con hoteles, bares y negocios similares de toda laya. Hay mucho local de hostelería, demasiado, y por tanto, los perjudicados son muchos. Lo que no se puede, sin embargo achacar a nuestras autoridades es que sean los únicos que adoptan este tipo de decisiones restrictivas: la Europa entera está plagada de similares normativas, pero tal como se les escucha pareciera que es el gobierno regional el que, aislado del mundo y sólo por fastidiarles a ellos, decreta el cierre a un horario relativamente temprano.

Claro que la situación es lamentable, pero las formas de hacer presión no parecen las más adecuadas. Está claro que detrás de tanta alharaca están las probables ayudas que pueda recibir el sector y que estas no serán suficientes y se demorarán más allá de lo razonable, pero tampoco resultan los métodos de reivindicación de lo más adecuado.

Al final, lo que no consuma la clientela en los bares, lo acabaremos pagando entre todos: los que se emborrachan y los sobrios, de eso no cabe duda alguna, por eso todos estamos autorizados, ya que se solicita nuestra comprensión, a decir al sector al completo –a cumplidores e incumplidores– que se guarden de no traspasar las líneas de lo admisible en sus reivindicaciones, por muy justas que sean.

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