Cabilderos

A nuestra villa y concejo le corresponde tener veintisiete concejales, ni uno más ni uno menos; así lo estipula el artículo 179 de Ley Orgánica de Régimen Electoral General. Pero en este pueblo nuestro son muchos los que se quieren constituir en el concejal número veintiocho, como ya se ha dicho acertadamente, y de entre todo ese cúmulo de aspirante destaca la autodenominada Federación de Asociaciones Vecinales, salsa de todos los guisos municipales cuando en realidad su representación es escasísima. Pero no sólo ellos, sino también multitud de asociaciones sectoriales que, según el asunto, quieren ponerse a votar y decidir como si hubieran sido elegidas en elecciones democráticas. A los gijoneses solamente los representan sus concejales elegidos democráticamente de forma libre, directa, secreta y pare usted de contar. Ya estuvo bien que aparezcan espontáneos con afán de mando y ansias de mandar y que encima lleguen exigiéndolo.

Aquí tenemos una primera autoridad y veintiséis ediles más, sanseacabó. Otra cosa es que haya grupos de influencia. Sería bueno que se abriera un registro de «lobbies» o grupos de cabildeo para que la ciudadanía sepa a qué intereses responde cada uno. Porque esa es otra, todos esos se disfrazan de puros e inmaculados independientes que pretenden como único fin el bien común, cuando ni uno de esos cabilderos responde a esa condición. Por eso, para ser aceptado siquiera como interlocutor ante el Ayuntamiento, este debería exigir estar inscrito en tal registro, en definitiva, una forma muy necesaria de la tan ansiada transparencia, porque lo que hay ahora es muy opaco. Mientras tanto, nada de admitir en reuniones o consejos a personas que no se sabe que llevan en la mochila ni aguantar presiones de cuatro gatos disfrazados de multitudes.

El fenómeno irá a más esta temporada porque, al estar tan fraccionada la Corporación, es muy fácil que estas formaciones caigan en la tentación de montarse grupitos disfrazados de asociaciones blancas como la nieve, deseosas de presionar a los munícipes o de colarse en órganos o consejos representativo para obtener por esta vía «non sancta» una representatividad mayor que aquella otorgada por el electorado.

Ya sabemos de su pasado glorioso en los tiempos del último franquismo y anteriores a las primeras elecciones democráticas, pero tienen que acostumbrarse a cambiar su papel. Como son escasos ya no vale que comparezcan como si detrás de sí llevaran una masa ciudadana considerable. Quédense en simples cabilderos, que es un papel social también digno y no engañen a nadie que eso está muy feo y merece un gran reproche social. Y el Consistorio, que lidere y establezca un registro en el que figuren, por un lado, con nombre y apellidos los lobistas y, por otro, a qué intereses políticos, entidades, asociaciones o empresas representan.