Verde y blanco

Cuando nació, cuando también lo hizo el parque de Isabel la católica, la llamaron avenida del general Perón; pero con la llegada de la democracia a los ayuntamientos, mutó al nombre por el que es conocida ahora, avenida del Molinón, porque, efectivamente termina frente a la grada Este del estadio municipal. Ahora le van a pegar un tijeretazo y la van a dejar en un simple caminito de servicio: lo demás lo destinan los gerifaltes a más parque. Estaría bien que a la estrecha vía a que quede reducida la sigan llamando a venida del Molinón, aun reducida a su mínima expresión. Y los próximos o los siguientes, que hagan lo que les dé la gana. Para los que de niños íbamos hasta el parque como quien iba a una fiesta, no estará de más que nos quede un resquicio de recuerdo de un pasado infantil más feliz. Pero, atención, no todo el mundo está conforme: han brotado integrantes de esas minoritarias asociaciones de vecinos y algún chigrero que protesta por la medida. Es raro, como si le tuvieran una rara inquina a la avenida de Torcuato Fernández Miranda. Hasta se preocupan por la Feria de Muestras, que no utilizaba ya esa calle como vía preferente de acceso desde hace años y que ha tenido que montar aparcamientos alejados algún kilómetro y provistos de buses lanzadera desde y hacia el recinto ferial; pero de lo que se trata, ya que estamos en esta en ocasiones airada villa marinera que tanto gusta de protestar al inicio e incluso antes de implantar cualquier iniciativa

Se llenan por estas fechas nuestras ciudades grandes y mediana de pistas de hielo y níveos toboganes deslizantes. Sucede de hace unos años acá y el fenómeno se parece a cuando a la gente le dio por poner un congelados o un videoclub: luego sólo tenemos que esperar hasta cuándo dura la moda esta.

A lo peor, el asunto se estabiliza y, así como importamos en su día el fenómeno de Papá Noel, tenemos pistas de hielo para rato. A los ayuntamientos les encanta formalizar contratos con feriantes de lo navideño que se marquen una de mercadillos o pistas heladas. Para los padres es toda una diversión: muchos se apuntan y alquilan unos patines junto a sus hijos y se arriesgan a pegarse un costalazo tremendo en las deslizantes pistas blancas como si fueran campeones del mundo de hockey sobre patines o campeones del mundo de patinaje artístico. Aquí, independientemente de la integridad física o el ridículo que cada uno pueda soportar, vale todo. Las pistas de hielo son como las baldosas: uniformizan nuestras ciudades. Antes por sus suelos eras capaz, más o menos, de identificar en dónde estabas. Ahora, miras al suelo y no sabes si estás en Magaluf, Plasencia o la Pola. Pues igual con las pistas blancas urbanas: hace unos años símbolos de distinción, ahora son una vulgaridad.