Brillos y oscuridades

Transcurridos sin sobresaltos y abundancia de sedas y otros paños nobles los fastos borbónicos del año, con homenaje a la infancia incluido, volvemos a lo nuestro cotidiano y como manda la estación con lluvias de vez en cuando y, como cada vez que llueve, el Piles arrastra tierras y limos y tiñe de marrón las aguas de la bahía de San Lorenzo. Lo raro es que haya quien haga de ello una situación notoria en esta nuestra villa marinera: mucho ocioso pululando por las redes y haciéndose cruces por algo que sucede de toda la vida, así que mucho cuidadín porque en este asunto hay demasiada gente dispuesta a creer cualquier tontería. Últimamente, parece que abundan los ciudadanos que se han creído que las aguas playeras son las de una piscina con sus aguas convenientemente filtradas y cristalinas durante todo el año y que el vaivén de las olas está ahí puesto para deleite de surferos o para hacer cosquillas a los bañistas. La cosa no es así, claro, pero como tenemos una primera autoridad natural de Carbayonia no acaba de cogerle el punto a ciertos asuntos propiamente playos y pone cara de mucha compunción cuando se refiere a lo del inveteradamente sucio último tramo del Piles e impelida por su primo de corporación Aurelio, pero de otro partido y muy vivillo para llevar el agua a su molino, promete fondos para su saneamiento: bendita sea su pureza política y esperemos que pronto se ponga al hilo de las cosas y se acostumbre a darse cuenta de cuando en este pequeño balcón al Cantábrico se protesta en serio o de serie. Lo que nos queda por discernir es si no hay quien la ayude en el discernimiento o es ella la que sencillamente no se deja.

Hubo en nuestro pueblo ha muy poco un congreso de cuatro mil almas dedicadas a la medicina de familia y lo llenaron todos. Los de los hoteles, restaurantes, el taxi y algún sector comercial quedaron encantados y, como es natural, suspiran porque se den dos o tres convenciones de este tipo al año. Incluso prefieren este tipo de eventos a una semana santa completa porque, seamos realistas, no hay grandes atractivos esos días por estos lares, con grandes posibilidades de lluvias o ventarrones y que no convierten la estancia entre nosotros en especialmente atractiva a pesar de los paisajes y las delicias gastronómicas. A los congresistas por miles les acaban importando más los paisajes -que podemos ofrecer en abundancia a falta de monumentalidad y que se arregla a golpe de bus y unos pocos kilómetros- y lo bien que se come sin tener que recurrir a modestísimas procesiones y pare usted de contar. Pero, ¡ay! No es nada fácil conseguir plantar durante unos días a cuatro mil ciudadanos reunidos en forma de congreso o simposio: hay que trabajárselo mucho y echar un pulso con otras ciudades igualmente ansiosas de esas bicocas, algunas muy cercanas. De momento, congratulémonos del éxito habido recientemente y animemos a los munícipes a profundizar en la búsqueda de estas reuniones, agrandando si es necesario los departamentos turísticos dedicados a estos menesteres.

Deja un comentario