Hechos inevitables

El triste y decadente final político del FAC casquista en Gijón ha pillado por el medio a un profesional como Álvaro Muñiz que, de excelente director de la FIDMA, jubilado ha pasado a fracasado líder político. Porque fracaso es en efecto pasar de ocho a tres sillones edilicios en el consistorio de nuestra querida villa marinera. Puestas así las cosas, su mutis por el foro es aceptable políticamente. Lo que ya no resulta tan presentable es que, ya hasta sin acta de concejal por renuncia a la misma, se permita el lujo de emitir opiniones políticas. Por un lado porque antes no estaba y, por otro, porque no le ha dado tiempo a estar, por lo que todo aquello que nos pueda contar tiene el valor de lo que cualquier parroquiano podamos decir, como en la canción, al calor de la barra de un bar. Años de buen hacer y discreción en su antiguo trabajo desperdiciados en unos pocos meses por una apuesta política desafortunada. A uno le deja un poso de incomodidad, más que nada por el aprecio personal a alguien de quien sólo recibió facilidades para el desarrollo de su profesión cuando él mandaba en la Feria. Una pena.

Con el bagaje de los inicios de este mandato y del anterior y con las historias habidas durante su desarrollo, sobre todo en este último, es difícil colegir que exista alguna facilidad para algún acuerdo en profundidad entre los socialistas y los del Podemos local con corriente, que aun la sigue teniendo bien incrustadita. Una coalición de gobierno sería, por tanto, impensable porque, a pesar de que los mandamases del PSOE local son otros, hay hechos que son inolvidables: el haber facilitado por activa o por pasiva el gobierno de la formación más carca de los ayuntamientos de entonces, no es ningún aval para que los socialistas deban fiarse de quien los traicionó con semejante desfachatez. Sí, cierto que a partir de ahora y a lo largo del mandato que se estrena tendrán que ir entendiéndose en asuntos variados, algunos de ellos de cierta trascendencia, pero sin pasarse. Situados ambos a la izquierda y, se supone, que con oponentes comunes, coincidirán en variadas votaciones, pero disentirán, lo veremos, en algunas y, además, de las más vistosas.

La ridiculez de lo que se ha dado en llamar lenguaje inclusivo ha llegado a las asociaciones de vecinos y su nombre oficial ha pasado a denominarse Federación de Asociaciones Vecinales en lugar de Federación de Asociaciones de Vecinos. Ya son ganas de remover los limos tranquilamente depositados en el fondo del estanque. Una entidad agonizante no se arregla por un cambio denominativo para ponerlo a la moda de la cursilería imperante. Es curioso, de todas formas, constatar que la cuestión se ha dirimido y votado afirmativamente por unanimidad. Para nimiedades de este calibre, sí saben ponerse de acuerdo sin que existan disidencias: para otros asuntos ya hay más controversias. Es muy loable que existan conciudadanos preocupados por las cuestiones más variopintas, pero esto de las asociaciones de vecinos ya parece cuestión periclitada por lo que sobran las subvenciones municipales para estos temas. El que quiera utilizar su tiempo y tener su localillo para las cada vez más escasas actividades, que se lo pague y no cargue al procomún con sus gastos, aunque, vista la composición más que probable del próximo equipo de gobierno, aparece como medida imposible.

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