Una persona leal

Acababa de pasar un huracán por la Habana y el suministro eléctrico no se había restaurado en su integridad, así que la ciudad estaba menos que a media luz: el alumbrado público, ya de por sí escaso, mantenía las calles iluminadas por las pocas luces que salían de algunas ventanas y ciertos lugares estratégicos como los hoteles. Era un viaje de esos que se llaman institucionales y empresariales, de aquella, yo tenía como cliente al puerto gijonés, así que fui embebido en el paquete portuario, lo que incluía también al de Avilés.

Este fin de año, se nos llevó a Manolo Ponga, excelente gestor público, magnífica persona y cuyo sentido de lo socialmente justo estaba fuertemente enlazado a su personalidad y carácter. Nada más apaciguarse el viento habanero, Manolo se empeñó, ya que el viaje se había alargado unas horas a causa del cierre del aeropuerto, a dar un paseo por la Habana vieja. Como se sabe, los atardeceres tropicales son fulminantes, como si alguien desconectase un interruptor, así que, de pronto, los integrantes del paquete portuario nos vimos sumidos en la oscuridad. Nos dirigíamos hacia un lugar, la puerta de un hotel, en el que una sombra nos había indicado que había una parada de taxis. A lo lejos brillaba una luz: Ponga enseguida dijo que aquello tenía que ser un hotel o, por lo menos, un lugar favorecido en donde, al menos, encontrar una solución. Efectivamente, se trataba de un hotel con sus taxis a la puerta. Nos subimos al primero de la fila y le indicamos el nombre del establecimiento en donde nos alojábamos. El auto estaba desvencijado y los muelles del asiento se clavaban como puñales. A mitad de trayecto, Manolo declaró «a mí me tocó muelle». Los demás corroboramos que estábamos en la misma situación. Sólo dijo entonces: «Teníamos que haber probado con el siguiente».

Durante varios de aquellos viajes, tuve oportunidad de conversar con él largamente y corroborar los rasgos que, de lejos, ya se adivinaban: en la cercanía, era una persona ciertamente encantadora, siempre firme en la defensa de lo que tuviera que ver con Avilés, sobre todo, y con Asturias en general.

Lo que nunca abandonó de su Gijón natal fue su sportinguismo y durante años no se perdió un partido en el Molinón. Curiosamente había nacido el 18 de julio de 1936 y, siendo un bebé, fue conocido como el niño milagro: un obús del enemigo había caído cercano a su cuna, pero el bebé había salido indemne.

Decir Manuel Ponga, es decir Juana Mari Esparta, inseparables y ciertamente encantadores los dos. Los destinos laborales le llevaron a Avilés y sin olvidarse de sus orígenes gijoneses, se hizo de Avilés. Su fuerte compromiso con la villa del Adelantado le llevó a ser en el 79 su primer alcalde democrático para darle la vuelta a la ciudad, luego delegado del Gobierno, después presidente del puerto avilesino y, por último, jubilado al tanto de todo. Y siempre enseñando cosas buenas como por ejemplo el sentido de la lealtad. Descanse en paz.

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