Vamos a menos

Caemos como moscas y, es un dato demográfico incontrovertible, no nacen tantas criaturas como para compensar las defunciones; es decir, vamos a menos. A este paso, nos descarbonificamos solitos: no va a haber gente que consuma combustible como para influir en el cambio climático. Sin embargo, es también evidente que en otras zonas del mundo nacen niños a espuertas por lo que está garantizado el aumento de la población mundial. Es paradójico, pero a mayor miseria, más nacimiento y a mayor confort, decrecimiento de la población. La conclusión es que los flujos de emigración son inevitables y más vale que nos vayamos acostumbrando en lugar del vano intento de levantar muros y barreras: la población se repartirá por el mundo en busca de mayor bienestar y aquellos más desfavorecidos irán buscando lugar allí en donde se vive mejor.

Como en nuestra pequeña franja entre el mar y la montaña se da el fenómeno acrecentado de la disminución demográfica y, al tiempo, una baja del bienestar, estamos en una tierra de nadie en la que ni tan siquiera somos tierra muy afectada por el fenómeno migratorio. En este aspecto somos un sitio raro y todavía ha surgido ni tan siquiera quien se ocupe del fenómeno, por lo que las fuerzas vivas actúan como si nada pasara, lo cual no deja de ser inquietante. Como es natural, no queremos perder nuestra cuota de bienestar y exigimos infraestructuras y otras prebendas de las sociedades pujantes como si tal cosa, en lugar de preocuparnos y estudiar como fijar y aumentar la población para ser tenidos en cuenta por los poderes públicos a la hora de los repartos presupuestarios.

Si los gestores públicos fueran congruentes, dedicarían más recursos a territorios como nuestra pequeña y decadente provincia para hacerla más atractiva y que aumentasen los empleos que animarían a los jóvenes a embarcarse en la aventura de la procreación y a las empresas a establecerse en una zona bien comunicada, pero como el sentido común a plazo no ya largo, sino medio de los responsables públicos es impensable, tendremos que ingeniárnoslas desde aquí para revertir la actual situación.

Tanto va la cosa a menos que en Cimadevilla, el barrio en el que precisamente comenzó esta villa marinera, han renunciado a celebrar sus fiestas patronales en setiembre por falta de recursos económicos y de voluntarios entusiastas que se dedicaran a su organización. Es una buena noticia para aquellos vecinos del entorno cuyo descanso se veía perturbado y una ocasión menos para que los molestos charangueros atorren a propios y extraños. Sobran fiestas de barrio y por una menos no pasa absolutamente nada. La nuestra es una villa y concejo con demasiados jolgorios de medio pelo y encima subvencionados. Sería un contrasentido que si los propios del vecindario no cuentan ni con fondos ni con voluntarios que lo organicen se gastaran, vía municipal, dineros y recursos de cualquier tipo, incluidos los humanos, para el festorrio: sería un despropósito muy poco edificante y, fuera cual fuese la cantidad aportada, un despilfarro.