Hormigonera

Si lo del FAC era, según quiere expresar su anagrama, un hormiguero -un grupo de, se supone, trabajadoras y humildes hormigas-, resulta que la primera autoridad de nuestra querida villa marinera era una gran hormiga, o dicho al modo local, una hormigona. Hétenos aquí que ahora ha subido de categoría: reina de hormigas y por tanto, podremos decir sin impedimento alguno, hormigonera pues tendrá la capacidad y obligación de fabricar más hormigas que hagan crecer la formación. Sin embargo, lo que se observa en la formación casquista, que sigue vigilante de segundo con mando en plaza u hormigón, es una disminución de ámbito en el mando: Cascos fue todo en el gobierno de la nación y en el negociado de infraestructuras, después se refugió en el ámbito regional, llegando efímeramente a presidente del Principado -allí estaba el otro día a pie firme en Covadonga en la fila de los ex para saludar a la Real familia-, después se quedó en diputado y luego, como hemos dicho en simple hormigón regional. Ahora bien, si Moriyón se convierte en hormigonera y se rodea de un equipo o guardia pretoriana de gijoneses, quiere decir que Foro se concentra en esta villa de Jovellanos como su único bastión regional. Para Cascos es otro paso atrás: cada vez controlando políticamente menos territorio, lo que no deja de ser un ejemplo político del repúblico que, al perder el apoyo de las masas populares, se resiste a una discreta retirada y permanece, cada vez más pequeño, hasta quemar los últimos milímetros del cabo de vela.

¡Albricias! Una vecina de Somió ya es ministra, concretamente de Sanidad. María Luisa Carcedo Roces ha llegado a ese estado al que ambicionan muchos de los que se dedican a la actividad de la gestión pública: ministro. Ella, que lleva décadas viviendo del afán político y que ya hasta cayó del caballo -por lo que tuvo que acudir durante meses a las reuniones con una especie de flotador en la mano, incluidos los plenos regionales en donde fungía de portavoz socialista- ha sabido hacer el corcho, arrimándose al fuego que más calentaba. Probablemente, su período más ominoso fueron tantos lustros como fiel esbirra del cacique socialminero Fernández Villa. Ella, favorita en la plaza de la Salve en Sama, era impuesta como aliño de todas las salsas, tanto en el ámbito orgánico de la FSA como en la administración regional: directora general, consejera, diputada regional, diputada en el Congreso, senadora: lo probó todo y un buen día cayó de otro caballo: el del favor del cacique, por lo que, entonces diputada en el Congreso, lloraba por los rincones los desplantes y las jugarretas que los somáticos de Villa le dedicaban. Ella, cuya virtud política y de gestión pública no es otra que la de hacer la goma, encontró sitio -ya de perdidos, al río- bajo el ala de Pedro Sánchez, dando la espalda a un Javier Fernández que, a pesar de su comportamiento, había tenido cierta compasión con ella. El resto de la historia es muy reciente y ahí la tenemos de ministra, para sorpresa de los asturianos. Que nadie crea que la hemos exportado voluntaria y felizmente: es una fugada con suerte.

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