Ya estuvo bien de mediocridad

Ya está. Finiquitado el festival de la mediocridad, el supuesto humor y el jolgorio más bien grosero que acarrean los festejos del carnaval en nuestra popular villa marinera. Todavía los hay que, con un derroche de optimismo, ingenuidad o ambas cosas, se atreven a calificarlos como los más importantes del Norte. Hay quienes encuentran entrañables o divertidos este tipo de festejos y hay quienes los encuentran de mal gusto y molestos. Tiene que haber público para todo y se comprende que existan ciudadanos que, por el hecho de ser lo que hay entre nosotros los encuentran sensacionales, pero la desapasionada realidad es que no les llegan a los tobillos a otros que tienen lugar por España o extranjero en sus múltiples y distintas variantes. La verdad es que no pasaría nada si, para contentar a esos amigos de tan desgraciada diversión, no se cortasen durante horas algunas de las principales arterias de la localidad o se castigase con horrísonos tambores, pitos y otros instrumentos en desafinadas ejecuciones musicales –y nunca mejor definido el hecho– y, mucho menos, se distrajesen fondos del erario público no pasaría nada. Ya ha llegado el momento de que el ayuntamiento dedique presupuesto a los carnavales toque a su fin. Ya estuvo bien. El que quiera la diversión que se alquiles un local, público o privado y que se pague el recinto y los premios a las charangas o disfraces, que las aporten aquellos patrocinadores privados que lo tengan a bien. Seguro que aparecen.

Durante el franquismo, los festejos carnavalescos, si bien no prohibidos del todo, estuvieron constreñidos a los ámbitos privados, consentidas las máscaras en la gente menuda, y en algunos lugares, disfrazadas de fiestas de invierno, por eso, algunas de las primeras corporaciones democráticas, como fue el caso de nuestro pueblo, se sintieron en la obligación de rescatar estas fiestas. Aquí se les fue la mano y hasta convirtieron el martes de carnaval en fiesta local. Pero ya están resuperadas. Ya no hacen falta, por tanto, tutelas municipales de estas fiestas ni otro tipo de excesos presupuestarios. Turísticamente no aportan nada, al ser los inviernos normalmente fríos en nuestras latitudes han de ser bailes o celebraciones en locales cerrados, nada de molestar por las calles y mucho menos mediocres desfiles que cierren calles y avenidas al tránsito. A nuevos tiempos, nuevas formas. Es decir, los carnavales tendrían que volver a ser en nuestra villa lo que fueron antes de que se prohibieran durante el franquismo: la deuda está saldada y han de volver al ámbito privado: Nunca seremos Tenerife, Las Palmas o Cádiz, así que a lo nuestro y a dar la murga lo menos posible. Ya hemos tenido suficientes años a J. Jerónimo Granda con su repetitiva murga dando la lata, como si no hubiera otro en el mundo, con su humor desgraciado y pregones de medio pelo.

Hay asuntos, también en lo festivo, que merecen mucho más las ocupaciones consistoriales. Los carnavales han de abandonar el sector público para volver al lugar de nunca deberían haber salido: el ámbito privado. Y todos tan felices y contentos.

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