El día que amaneció naranja

Basta una presencia inopinada de humo, sumada a una habitual situación meteorológica para que nos alborotemos y hasta haya quien sienta presagios del fin de mundo. Lo que en un principio desde las redes, que por así llamarse todo lo enredan, los madrugadores se hartaron de publicar atolondrados comentarios, acompañados de profusión de fotos y los medios en sus ediciones digitales, por aquello de no quedarse atrás, rebotaron las imágenes como la gran cosa. El humo procedía de los incendios gallegos y del suroccidente asturiano y las nubes bajas eran las de casi siempre en nuestra tierra. El fin del mundo. ¡Ja! Qué más quisiéramos que tamaña exclusiva. Resulta que el tal fenómeno estaba bien descrito y hasta tenía nombre: «dispersión Rayleigh». Nada original, por tanto. Al día siguiente, todos tranquilos; ni nuestra atmósfera se había vuelto marciana ni juicios finales ni nada raro. Una vulgaridad. En estas cosas se nota nuestro provincianismo y nuestra carencia de emociones: enseguida nos hacemos lenguas de cualquier cosa.

Tuvo el amanecer anaranjado del otro día la virtud de que, al menos en nuestra populosa villa marinera y alrededores -hasta incluso llegados a la capital de la provincia-, no se hablase de la «free Catalonia» durante unas pocas horas: un respiro para los desayunos y pausas del café en nuestros establecimientos hosteleros. Duró poco la libertad y, enseguida, vuelta la burra al trigo. Como el asunto ya es irreversible, sólo nos falta saber cuánto durará la escalada conflictiva y, finalizado el tiempo de los destrozos de todo tipo -los emocionales y los materiales-, cómo será el tamaño del parte final de daños.

Es lo que tienen los fanatismos llevados al extremo. En este desgraciado caso se trata de un tipo de obcecación nacionalista, teñida paradójicamente de posiciones políticas izquierdistas. Están cerrándose lentamente las heridas, aún con profundas cicatrices, provocadas por otro fenómeno nacionalista coloreado con el mismo tinte y no deja de pasmarnos que, a la vista del inmenso dolor provocado y de la ruptura social habida en las vascongadas, haya agitadores políticos y sociales en Cataluña que no tengan ni la contención ni la decencia para tentarse antes de avanzar con nuevos y alocados pasos. Es más que probable que aumente la miseria, no sólo económica, sino social, de convivencia. Pero no cabe duda que frente a estas desbocadas posturas no caben respuestas que no sean contundentes. Hay quien invoca que estamos en el siglo XXI, pero por lo que vemos que sucede en otros lugares, ello importa poco y no es obstáculo para que se desaten las más aberrantes de las posturas. Al fin y al cabo es lo que hay en la naturaleza humana: de vez en cuando brota en alguna parte, con mayor o menor virulencia, el germen del conflicto social y hay que pechar con ello. Asistimos estos días a cómo se inicia uno de estos fenómenos entre nosotros, probablemente para que no hallemos descanso por si no tuviéramos ya suficientes sobresaltos. Y que nos vengan a contar ahora que el cielo amanece de color verde.

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