Pura rutina veraniega

Ya hemos adelantado algo: se han terminado los toros, se ha terminado la llamada semana grande -que no pasa de ser una concentración, más bien desgraciada de espectáculos-, se han tirado los petardos que algún cachondo años ha tuvo la ocurrencia de bautizar como «restallón» y se han dispatrado los fuegos artificiales de la víspera de Begoña: han sido anodinos, vulgares, faltos de imaginación, tal como nos tiene acostumbrados la pirotecnia que desde hace unos años contrata el ayuntamiento y cuyo único mérito «artístico» es que está radicada en Asturias, lo que no deja de ser un síntoma de provincianismo palmario. Todo pueblo tiene sus fuegos artificiales, pero en nuestra populosa villa marinera nos ha dado por decir que son algo especial, nunca visto, espectáculo inenarrable y hasta mágicos, cuando son exactamente lo mismo, y en muchos casos peores, que los disparados en cientos de lugares de la España veraniega. Pero, en fin, si nos sirve de consuelo o para venirnos arriba, bienvenidos sean. Pero no hagamos el ridículo y dejemos las cosas en su sitio: ni magia ni paparruchas: fuegos artificiales corrientes y molientes y pare usted de contar, demasiada literatura laudatoria en torno a ellos no deja de ser una vulgaridad y, si son de andar por casa como los del otro día, más ridículo todavía. ¿Qué va mucha gente? Como en todas partes: las noches de verano están para eso, para salir a la fresca y si hay algo que ver gratis, pues bendita sea. No vamos a negar a cada cual que se sienta orgulloso de las fiestas de su pueblo, pero nada más. Los mandamases municipales es normal que intenten magnificar aquello que organizan. Y durante años, en aquel Gijón de la postergación, aquel que salía desmigado del tardo franquismo y entraba en un nuevo tiempo, fue un acierto de los democráticos nuevos concejales gobernantes vender unos festejos populares como si fueran la monda. Tan es así que, de tanto repetirlo, durante unos pocos años fueron de verdad la monda, pero llevamos unos años que, salvo por el tamaño, no se diferencian mucho de, pongamos, los de Villaconejos. Todo pueblo merece sus fiestas, el nuestro las tiene y punto, pero sin grandes loas. Dejémoslo en algo aseadito.

Nos queda la recta final del final de la Feria de Muestras y el concurso de saltos de caballos. En un momento se acaba el ruido y el bullicio, que ya bajará mucho estos días. Pero algo quedará: lo de la sidra y los coletazos septembrinos del barrio alto y a por el otoño reparador.

Nos quedan por escuchar las quejas de los chigreros por las lluvias caídas que espantaron a mucha clientela, las estadísticas que hablarán de una más que aceptable ocupación hotelera a la par que, indefectiblemente, los lamentos de algunos hospederos. Se cumplirán todas las liturgias: los poderes municipales a decir que esto fue lo nunca visto y los dueños de negocios a rezongar porque hubo poco verano. Otra temporada más al coleto en el pueblo. Y tan contentos.