Sombras y luces

Casi ya olvidados los estruendos provocados en esta populosa villa marinera por las potentes máquinas de guerra volantes, avanzamos en el mes de julio con la «muñeira» del festival atlántico que serpentea por el barrio alto y se arrastra cual fantasma de nonato a costa paradójicamente del presupuesto cultural de la localidad. Como invento del FAC -el mismo que todo el mundo se empeña en llamar Foro, en clara negación de su origen nominativo- lo que no llega a festival, aunque lo pretenda desganadamente, es un quiero, pero no puedo. Un gasto para nada que no es ni chicha ni limonada, mas consume del presupuesto. Sobran acontecimientos en la ciudad y en la primera quincena acumularon tres eventos que bien podrían haber llenado prácticamente todo el mes, sin necesidad de este engendro malhadado que quiso ser, pero no llegó y que resta en el calendario veraniego por aquello de «sostenella y no enmendalla», pero que a las autoridades no les faltan ganas de suprimirla de la lista de celebraciones veraniegas. Tan poco gusta que hasta los responsables del circo festero, las señoras y señores de la Divertia, no lo quieren en su seno y lo endilgan a la Fundación de Cultura que ha de cargar con el mochuelo. Es triste el papel del invento arco-atlantista, pero infinitamente menos ofensivo que la exhibición armamentística de los aeroplanos que a la primera autoridad municipal parece llenarla de contento, en una demostración más de su simpleza política: mucha gente en la playa, el cerro y el Rinconín con el cuello casi descoyuntado y la cosa tiene que ser buena. La verdad es que a la dama le van los espectáculos violentos o sangriento: aviones de guerra y toros: «?es el Gijón que quiero y que tanto adoro?» de la habanera hecha himno oficioso local.

Y mientras ni el concejal Arrieta se las compone para rematar bien una obra y a tiempo, ni el concejal Aparicio sabe cómo frenar los brotes violentos nocturnos, al fin y al cabo, acabará diciéndonos que eso es cosa de la Policía Nacional. Que le pregunten al comisario o al Delegado del Gobierno, que ese es del PP.

Por cierto, parece que los populares locales han visto la luz. Han tenido una gran ocurrencia, de esas que sólo brotan de una mente privilegiada cada muchos años: piden la iluminación, nada menos que monumental, del Elogio del Horizonte. La última «boutade» de esos afamados asadores de manteca que son los simpáticos y dicharacheros integrantes del grupo municipal del PP parecen marcianos recién descendidos de su platillo volante. ¿No recordarán que fue el propio Eduardo Chillida, el autor de la colosal escultura, quien solicitó y proyectó que su obra no tuviera iluminación artificial y ni tan siquiera una acera a su alrededor para que fueran los paseantes los que hicieran el camino o que fuera la luz de una noche de luna llena la que diera luz nocturna a su obra? Si la cosa sucedió hace veintisiete años, pero alguien tienen que tener en sus filas con memoria para recordarles estos pequeños detalles antes de hacer el ridículo con peticiones galácticas.

Llantos a tutiplén

Los futbolistas que, en busca de mejor destino, van abandonando el R. Sporting en incesante goteo, lo hacen entre lágrimas, pero la bolsa es la bolsa y la carrera profesional es corta. Sorprende la cantidad de lamentos y suspiros, aunque se reputan fruto de la sensibilidad de los chavales y no a unas actitudes crocodilianas. Debe de ser algo fantástico entrenar en Mareo y jugar en El Molinón cuando, a pesar de que se van a ganar más dinero y a clubes supuestamente más grandes, lo hacen entre grandes llantos. Será que el futbolista actual es de natural sensible y enseguida se emociona por cualquier fruslería. También hubo mucho aficionado que lloró ante la contrariedad de que el equipo de sus amores descendiese a Segunda, pero ante tal tesitura, a los integrantes del equipo, aunque afectado y cariacontecidos se les vio más enteros. Los humanos comportamientos nunca dejan de llamarnos la atención y este fenómeno sportinguista de la lagrimita es uno de esos que nos ha proporcionado un cierto asombro las últimas semanas. ¿Se entablará una especie de competición por ver quién lo llora mejor en su despedida?

Los que durante cuatro años, cuatro, llevaron la procesión por dentro fueron la antigua concejala socialista, presidenta de la empresa de las aguas de esta populosa villa marinera, y el antiguo gerente de la misma compañía, Luis Alemany. Con afán, ahora parece que vengativo, antiguos concejales del PP llevaron ante la fiscalía lo que aparentaba ser una gran corrupción; lo hicieron, de aquella, con la ayuda de los concejales mandantes de Foro durante la anterior corporación y que parece continuaron los de la actual. A lo largo del proceso, fueron descartados ya algunos de los cargos y de los últimos fueron absueltos hace unos pocos días. Por el camino, se le dio el cese al gerente Alemany y, tras él, el despido a otros altos empleados de la Empresa Municipal de Aguas local. También responsables de dos empresas proveedoras se vieron involucrados e igualmente absueltos. ¿Y ahora qué? ¿Habrá algunos de aquellos feroces acusadores que con tanta arrogancia actuaron que salga plañideramente a comparecer con hondo arrepentimiento por los honores destrozados y los disgustos provocados a los ahora absueltos? Es improbable que guarden ominoso silencio y tampoco pidan disculpas a la ciudadanía por habernos intentado confundir acerca del comportamiento de sus predecesores y por los daños profesionales y personales infligidos a los despedidos a quienes la gente, como es lógico, comenzó a mirar de soslayo. Se nos dirá que para eso está la Justicia, así puesto con mayúscula, y que la sentencia absolutoria pone las cosas en su sitio; pero todos sabemos que no es así. Que las honorabilidades, salvo en los círculos más cercanos a los interesados, quedan tocadas para una mayoría. Llevamos poco más de seis años de oprobio en la gestión de nuestra ciudad: la incompetencia, la gran parte de las veces, o la malicia guían la actuación de los gobernantes municipales de una derecha que, todavía a estas alturas, no queda otro remedio que calificar como montaraz. No hay semana que no hagan o les salga mal alguna cosa. Apetece ponerse en plan jugador rojiblanco al marchar de Mareo.

Artes marciales

A Bernardo Canga, recién cesado como responsable del contingente de la Protección Civil en Gijón, los socialistas, aparte de proporcionarle el honorífico cargo, le trataron como a un rey y hasta le permitieron sus veleidades entre prusianas y escultistas en virtud de los resultados. Llegado el momento, y según se desprende de las declaraciones del propio interesado, parece que echó una manita a los foristas en periodo electoral. Estos días se ha quejado de la patada propinada por el risueño concejal de seguridad y la primera autoridad municipal, ello a pesar de los servicios prestados y, mira tú que vulgaridad, hasta ha insinuado públicamente que si él hablara se armaría una buena polvareda. Pues que hable y se deje de mandangas. Algunos de los turiferarios de Canga, se quejaban de los modos utilizados, pero, qué quieres, a tal señor, tal honor. Hace unos lustros, me tocó acompañar a un grupo de concejales locales a lo que, al parecer, era la fiesta anual de los integrantes de la Protección Civil de Gijón. El acto me pareció estremecedor, con su mezcla de fanatismo de secta y de escuela de cadetes militares. Pregunté a una de aquellas autoridades cómo era que se consentían esos modos organizativos y la respuesta fue que, efectivamente, eran unas formas un tanto excesivas y extrañas, pero que aquel hombre mantenía el corralito tranquilo y conseguía un cierto grado de eficacia. Se conoce que el viento hinchó un poco más las velas y que el mando protector, en virtud de los servicios prestados a las actuales autoridades creyó que podía aumentar su grado de autonomía. Craso error. Ahora está en la calle. Pero tranquilos. Ninguno somos insustituibles.

El estío es época propicia para que surjan historias intrascendentes de las que, sin embargo todo el mundo se ocupa. Antes -un antes mítico y paradójicamente intemporal-, se dejaba tomar el mando de estas cuestiones a los medios de comunicación, sobre todo a la prensa, ahora -un ahora agresivo y descarado-, son las redes sociales las que han tomado la iniciativa y sus cuestiones también tienen su estación del año adecuada para desarrollarse. De este momento es un relato de esta populosa villa marinera que ha trascendido más allá de los límites de nuestro municipio y los de la provincia: es la historia de «Pesesín», el pez dorado dejado por una niña en el portal de su casa al cuidado de la comunidad de vecinos la semana en que se fue de vacaciones. Se ha hecho famoso el pez, se ha hecho famosa la niña y hasta ha tenido su momento de gloria la comunidad de propietarios de la finca urbana. La nena, obligada a realizar una turné de una semana en coche con sus progenitores, se vio obligada a delegar el cuidado de su pececillo. Nadie pudo o se quiso hacer cargo de él, así que la chica, ni corta ni perezosa dejó al animal en su pecera en el portal con un botecillo de comida y unas instrucciones. Sus vecinos comprendieron la situación. Alimentaron al bicho bien -en menos de una semana consumieron la comida para un mes- y hasta le cambiaron el agua de la pecera. A la vuelta, la nena se encontró a su «Pesesín» tan fresco y, en su lugar, dejó una nota de agradecimiento. A veces pasan cosas que nos arreglan con la sociedad y nos allegan a vislumbrar algún rayito de esperanza. Menos mal que ninguna administración pública y ni tan siquiera la de la comunidad de vecinos, entró de por medio. Hubiéramos tenido lío asegurado.

Treinta semanas ya

Ya está encima la «Semana negra». Y van treinta ediciones. Con su veteranía y, por tanto, con su sabiduría de gran festival y sus achaques de organización con sus vicios adquiridos a lo largo del tiempo. Pero que nadie le quiete su excelencia a la cita cultural y festiva. Un día, hace muchos, muchos años, cuando el festival no había cumplido un lustro, me dijo en un «off de record» muy ufano un concejal -en teoría y oficialmente a favor de «la negra»- que «aquello» no se trataba de una idea, tan sólo de una ocurrencia. De aquella, grandes actuaciones de rutilantes nombres se enseñoreaban de los veranos en esta populosa villa marinera.

Pocos nombres quedan en la organización festivalera de los primeros inicios, pero algunos resisten al paso del tiempo. Se han producido bajas irreparables entre algunos de los invitados que a lo largo del tiempo figuraron en los listados de asistentes y han surgido nuevos valores que son la savia nueva que alimenta el árbol de un acontecimiento especial en la ciudad. Treinta ediciones dan para muchos recuerdos, para un acúmulo de sensaciones contradictorias, pero en su conjunto muy positivas.

Haber estado implicado en diferentes etapas y con diversos cometidos en la organización del festival me ha dejado imborrables impresiones, algunas de ellas muy íntimas y que por ello son privativas de quedar guardadas a buen recaudo en el arcón de la memoria, pero nada m más que ahí. Otras, probablemente para algunos insignificantes pueden contarse.

Mi lugar favorito de la «Semana negra» no son las charlas o conferencias, ni las exposiciones, ni la feria del libro ni los puestos de churros y golosinas, ni las atracciones de feria. Mi sitio preferido es la terraza del hotel Don Manuel, en donde autores, periodistas, editores, organizadores y demás fauna semanera se reúnen en sesiones de mañana y noche. Es en esa mezcla donde aparece la magia, donde brotan las confidencias, donde se verbalizan esquemas de proyectos, donde se analizan las novedades literarias, donde palpita la esencia de la semana y el lugar en donde caen las máscaras y cada cual acaba apareciendo como lo que verdaderamente es.

Este invierno pasado el Don Manuel acometió uno de sus periódicos y necesarios procesos de mantenimiento y sus propietarios -excelentes personas- tuvieron la feliz ocurrencia de colocar una vitrina en medio de la recepción con una muestra nutrida de los diferentes «rufos», la figurilla de Quique Herrero que cada año, siempre diferente, hace las veces de mascota semanera: cada año con una intención, con una feliz ocurrencia. El día en que se presentaron en sociedad las obras de remodelación terminadas, me encontré con la vitrina repleta de las emblemáticas figuras y, no me da ninguna vergüenza reconocerlo me llenó de una íntima satisfacción: la de haber tenido la oportunidad de ser parte de aquella historia durante unos cuantos años. Treinta ediciones ya es para sentirse orgullosos de un festival como la «Semana negra» y de nuestro pueblo, lugar en donde nació y en el que cada mes de julio brota de nuevo durante diez días.