Rarezas que se ven

Miro al techo y no se me ocurre nada. Al cabo de un rato el techo sigue ahí, pero ligeramente tintado de rojiblanco y temo que se me desplome encima, como temo que se desplome a Segunda el futbolín de esta populosa villa marinera, con su pompa, su himno, su afición, sus directivos, su oposición -que de nada falta- y sus mercenarios, demasiado bien pagados a la vista de los resultados obtenidos.

Poco a poco, el techo muda y en él aparece el caserón de Hermanos Felgueroso y el colegio de los jesuitas, recién condecorados con la medalla de oro de la ciudad. Habrá quien se muestre encantado con el honor concedido, pero habrá también, como es el caso, quien lo encuentre incomprensible. Como es evidente que hay personas instaladas en los felices recuerdos de los años pasados en sus aulas, pero que también las hay cuya memoria se acerca más a la novela «A. M. D. G.» de Ramón Pérez de Ayala, que retrata la otra cara de la moneda. Extraño sistema el de otorgamiento de estas distinciones edilicias que no tienen en cuenta todas las facetas con sus luces y sus sombras. Ahora, la Compañía hasta cuenta con un Papa, pero no siempre las líneas de la memoria se escribieron así: en dos ocasiones fue expulsada de España y una vez disuelta por otro Papa, Clemente XIV, que, evidentemente no era jesuita. Esta obligación de repartir medallas cada año no deja de ser fuente de controversia. La de oro de este año no pega demasiado bien con un sentido laico de nuestra organización social, pero ahí está. Al tiempo, el grupo que corretea a los pies del santón de la calle de Jovellanos siguen llorando por «sus tesoros» y, en un mezclarlo todo, hay quien ya se frota las manos al reputar que la medalla facilitará el retorno del Cristo e historiado Sagrario a la villa.

Sin medalla, se manifiesta también en el techo, cual cara de Bélmez de la Moraleda, el cariacontecido rostro del anterior director del certamen del cine, Nacho Carballo, que se ha quedado sin chiringuito, y con él y su mediocridad, desaparece también de la escena el multifunción avilesino Jorge Iván Argiz que igual se mete a organizar un «cinexín» a los casquistas gijoneses como un encuentro de tebeos a los socialistas avilesinos, eso también es neutralidad y hacer el futbolista moderno, es decir, el buen y honrado mercenario. Parece que han elegido a otro, uno de aquellos gafapasta, chicos guay, que pusieron en órbita en 2012 junto con José Luís Cienfuegos. El nuevo, Alejandro Díaz fue programador en aquella época y ahora ayudaba a Cienfuegos en el festival de Sevilla. Esto es un juego de la oca, «vuelva a la casilla de salida» y olvidémonos de cinco años de horror. Probablemente, el festival fílmico vuelva a ser paraíso guay, pero con una intención concreta y con conocimiento que le dé sentido. Lástima que en estos tiempos que corren haya menos patrocinadores, y por tanto escasee la manteca que engrasa este tipo de acontecimientos tan necesarios para la buena marcha de las cosas en general y, por eso mismo, hay que desearle a Díaz suerte y éxitos en su nuevo cometido.

Este techo está que no para y ahora parece dibujarse tenue en él una estrella de David en azul con sus seis puntas y vuelta al fútbol y a la que se ha armado, como aquí ya quedó puesto, por la presencia en el Molinón de la selección israelí de fútbol. Tiempos para que florezca la demagogia y el odio de aquellos que se creen muy de izquierdas al denigrar de un estado democrático para apoyar la causa de un pueblo, el palestino, que con malos métodos exige unos derechos que no terminan por encontrar hueco en el concierto internacional. Una mezcla de conceptos que, lejos de presentar premisas y conclusiones lógicas, está plagado de pasión, oscuros intereses y hasta de odio antisemita, con lo que parecen semejar, más que progresistas de izquierdas, extraños hitlerianos o conspicuos estalinistas. Sea lo que sea, la cosa se desliza por la simple desmesura.

Qué de cosas. Habrá que mirar al techo con más asiduidad.

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