Problema artificial

Ana Cano, la presidenta de la academia del bable, anda muy encocorada porque es posible que, por una de esas raras vueltas de la normativa, el ente lingüístico que preside puede terminar convertida en una entidad privada y sus «presupuestos tendrían que ir como una subvención a la Academia de la Llingua. Como la que pueden hacer a una asociación de vecinos». A eso se le llama tener mucho aprecio de uno mismo. Como si la cosa artificiosa que se ha creado a partir del astur-leonés fuera más trascendente que el bienestar de un grupo ciudadano que habita un entrono concreto. Ya van unos cuantos años y se ha demostrado, como desde su creación venimos manteniendo, que lo del bable es un constructo artificioso para fomento del empleo en el sector de la enseñanza y poco más. Un foco de gasto añadido que, en estos tiempos de necesaria austeridad, es un lujo caro que sirve para poco. Con media docena de estudiosos para su conocimiento bastaría: ni locales ni empleados son precisos. Y si Cano dimite, tampoco se perdería demasiado: nadie hay imprescindible y filólogos competentes hay que puedan fungir su cometido. Sin ir más lejos, los genios reductores de la marca blanca de Podemos en nuestro pueblo han pedido que el premio de novela «Café Gijón» admita textos en bable/asturiano. ¿Y por qué no en flamenco o, mejor y para mayor exotismo, en urdú? ¿No les basta con el infamante topónimo Gijón/Xixón que padecemos desde 2006)? Parece que es necesario crear un nicho nuevo de fondos para los escasos autores que escriben una novela completa en bable para darles el premio literario más importante que otorga esta villa marinera y, de paso, degradar un poco el prestigio del que goza en el panorama literario nacional y latinoamericano.

Por su parte, el gobierno del Principado, probablemente merced al empeño personal del consejero de Educación anda por los vericuetos de poner en marcha un plan piloto para introducir el asturiano en la formación Primaria. Otro gasto innecesario más y que, a buen seguro, sólo servirá para confundir un poco a nuestra inocente infancia, la cual es evidente que no tiene culpa alguna de los desmanes provocados por ciertos atavismos incrustados hasta en cabezas con algún mando en plaza. La cosa tendrá recorrido en la Junta General y es de esperar que el Gobierno de Asturias recapacite y de marcha atrás en una iniciativa que perjudica sin duda a la formación de los niños, la parte más débil de la cadena de intereses que se forman alrededor de este controvertido asunto. Recordemos que el bable no es oficial y que destinar recursos públicos, más allá de los imprescindible es, cuando menos, una frivolidad, cuando no de rebasar el grado de discrecionalidad al de pura arbitrariedad. En todo caso, es un fangal más en el que un gobierno prudente no debería introducirse por el simple capricho de un consejero más o menos aficionado al tema.

Esto del bable lleva camino de convertirse en un problema de mayor enjundia, más que nada debido a las últimas adherencias que a sus aficionados se han añadido. A los podemitas les hace tilín, ya que la facción asturiana anda empeñada en obtener una cierta autonomía frente a la dirección nacional de su neo partido. Y como la menguada afición bablista está necesitada de cualquier apoyo, hasta los más sensatos de sus componentes están dispuestos a aceptar hasta la ayuda del diablo.

Cunde, por otro lado, el optimismo ante la vuelta a tramitar la información pública del plan de ordenamiento urbano. Permítasenos el no ser tan optimistas como el concejal para todo, Fernando Couto. Tras los procesos de información pública llegan los periodos de alegaciones y, tras estos, suelen presentarse los contenciosos ante los tribunales. Tienen que darse demasiadas circunstancias favorables para que el PGO logre su puesta en vigor antes de fin del mandato. La experiencia demuestra que un documento con tantas variables tiene demasiados asideros para que quienes se sientan perjudicados acudan ante su señoría en busca de amparo a su causa. Así que, de optimismo, poca cosa.

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