La «Semana» las pasa negras

Dijo el risueño concejal casquista Esteban Aparicio que la «Semana negra» tiene un problema legal. Sí, lo tiene: como debe a la Agencia Tributaria no puede recibir subvenciones de las administraciones, incluidas las del Ayuntamiento de esta populosa villa marinera. No lo tendría, sin embargo, si ese mismo consistorio hubiera pagado la subvención concedida para el ejercicio de 2016 y, de paso, le hubiera ahorrado siete mil euros de vellón a la organización semanera correspondientes a los intereses de demora por no haber pagado un plazo de su deuda con la hacienda pública. Es decir, los problemas de la Negra vienen dados por la falta de diligencia del propio ayuntamiento: como para que se ponga a dar recetas el concejal Aparicio en un ejercicio de jocosa hipocresía.

Da la sensación de que a este gobierno municipal lo de la «Semana negra» no le hace demasiada gracia, pero como el público asiste en masa y el nombre de Gijón suena bastante más en el concierto veraniego gracias al evento lúdico y cultural, los casquistas de Moriyón tragan y, bien que a desgana, colaboran, pero no sin colocar algún palo en la rueda para ponerle a la organización las cosas no ya fáciles, sino normales al menos.

Se cumplirá este año la trigésima edición del acontecimiento de julio en nuestra ciudad y bien está que por parte de una parte de los grupos progresistas que cuentan mayoría de concejales aporten al total de la corporación la sensatez suficiente como para que no se estrangule y asfixie a un festival que distingue a esta ciudad nuestra de otras.

Parece mentira que después de seis lustros todavía haya quien piense que, al decir que el hecho de que sea una asociación quien levante el acontecimiento, haya quien se lucre con su organización. La «Semana negra» no es un negocio: nadie se lucra. Sí, se trata de una entidad privada, pero no una empresa: hemos dicho asociación, lo que implica ausencia de reparto de ganancias. Cobran, cuando pueden, los proveedores y los que aportan su trabajo para el efímero. Aunque, cuando vienen mal dadas, como es el caso, sus máximos responsables -que, por cierto, dieron la cara en el propio ayuntamiento ante la publicación de lo que parece ser, por ahora, un bulo- son los últimos en cobrar.

Los foristas deben pagar la subvención concedida el año pasado a la «Semana negra», la Agencia Tributaria debe quedarse con su parte correspondiente y para este año aumentar la ayuda que otorga al evento. Ayuda que, por cierto, también debería aumentar el gobierno del Principado que, ultimamente, ha dejado reducida a la mínima expresión, ¿o es que los miles y miles de asistentes no son también asturianos como los demás y el atractivo que emana y la publicidad que proporciona no favorece al conjunto del turismo regional? Los números de lo que se aporta causan sonrojo. Es como si al gobierno del Principado no le interesara un festival lúdico y cultural que trasciende más allá del Pajares y se convierte en internacional. Está muy bien que se enfatice el paraíso, pero no está mal un mayor compromiso con algunos eventos que, como es el caso de la «Semana negra», también hace Asturias. Desde el departamento regional para la cultura, al decir de su responsable máximo, no han reflexionado sobre los problemas del festival, pero tampoco se muestran sorprendidos, es decir, demuestran que no lo tienen prácticamente en cuenta.

Lo que cuenta es que la Semana es un activo gijonés y asturiano que, en lugar de ser ninguneado o torpedeado, tendría que ser mimado al extremo. Lo contrario sería infligir un daño considerable que la ciudad y sus gentes no se merecen.

Rarezas que se ven

Miro al techo y no se me ocurre nada. Al cabo de un rato el techo sigue ahí, pero ligeramente tintado de rojiblanco y temo que se me desplome encima, como temo que se desplome a Segunda el futbolín de esta populosa villa marinera, con su pompa, su himno, su afición, sus directivos, su oposición -que de nada falta- y sus mercenarios, demasiado bien pagados a la vista de los resultados obtenidos.

Poco a poco, el techo muda y en él aparece el caserón de Hermanos Felgueroso y el colegio de los jesuitas, recién condecorados con la medalla de oro de la ciudad. Habrá quien se muestre encantado con el honor concedido, pero habrá también, como es el caso, quien lo encuentre incomprensible. Como es evidente que hay personas instaladas en los felices recuerdos de los años pasados en sus aulas, pero que también las hay cuya memoria se acerca más a la novela «A. M. D. G.» de Ramón Pérez de Ayala, que retrata la otra cara de la moneda. Extraño sistema el de otorgamiento de estas distinciones edilicias que no tienen en cuenta todas las facetas con sus luces y sus sombras. Ahora, la Compañía hasta cuenta con un Papa, pero no siempre las líneas de la memoria se escribieron así: en dos ocasiones fue expulsada de España y una vez disuelta por otro Papa, Clemente XIV, que, evidentemente no era jesuita. Esta obligación de repartir medallas cada año no deja de ser fuente de controversia. La de oro de este año no pega demasiado bien con un sentido laico de nuestra organización social, pero ahí está. Al tiempo, el grupo que corretea a los pies del santón de la calle de Jovellanos siguen llorando por «sus tesoros» y, en un mezclarlo todo, hay quien ya se frota las manos al reputar que la medalla facilitará el retorno del Cristo e historiado Sagrario a la villa.

Sin medalla, se manifiesta también en el techo, cual cara de Bélmez de la Moraleda, el cariacontecido rostro del anterior director del certamen del cine, Nacho Carballo, que se ha quedado sin chiringuito, y con él y su mediocridad, desaparece también de la escena el multifunción avilesino Jorge Iván Argiz que igual se mete a organizar un «cinexín» a los casquistas gijoneses como un encuentro de tebeos a los socialistas avilesinos, eso también es neutralidad y hacer el futbolista moderno, es decir, el buen y honrado mercenario. Parece que han elegido a otro, uno de aquellos gafapasta, chicos guay, que pusieron en órbita en 2012 junto con José Luís Cienfuegos. El nuevo, Alejandro Díaz fue programador en aquella época y ahora ayudaba a Cienfuegos en el festival de Sevilla. Esto es un juego de la oca, «vuelva a la casilla de salida» y olvidémonos de cinco años de horror. Probablemente, el festival fílmico vuelva a ser paraíso guay, pero con una intención concreta y con conocimiento que le dé sentido. Lástima que en estos tiempos que corren haya menos patrocinadores, y por tanto escasee la manteca que engrasa este tipo de acontecimientos tan necesarios para la buena marcha de las cosas en general y, por eso mismo, hay que desearle a Díaz suerte y éxitos en su nuevo cometido.

Este techo está que no para y ahora parece dibujarse tenue en él una estrella de David en azul con sus seis puntas y vuelta al fútbol y a la que se ha armado, como aquí ya quedó puesto, por la presencia en el Molinón de la selección israelí de fútbol. Tiempos para que florezca la demagogia y el odio de aquellos que se creen muy de izquierdas al denigrar de un estado democrático para apoyar la causa de un pueblo, el palestino, que con malos métodos exige unos derechos que no terminan por encontrar hueco en el concierto internacional. Una mezcla de conceptos que, lejos de presentar premisas y conclusiones lógicas, está plagado de pasión, oscuros intereses y hasta de odio antisemita, con lo que parecen semejar, más que progresistas de izquierdas, extraños hitlerianos o conspicuos estalinistas. Sea lo que sea, la cosa se desliza por la simple desmesura.

Qué de cosas. Habrá que mirar al techo con más asiduidad.

Oriente Medio

El año pasado, nuestro Ayuntamiento votó demasiado alegremente una moción en contra del estado de Israel, una de las pocas democracias en todos los países de su región y en la que de manera formal más y mejor se respetan los derechos humanos. Quiere la propaganda que ya viene de los tiempos de la guerra fría que lo chachi, progresista y de izquierdas es abonarse, sin mayores o menores matices, a la llamada causa palestina. El caso es que una pequeña parte de nuestros conciudadanos se abonan a las viejas teorías de cuando todavía no había caído el muro de Berlín y aún existía la Unión Soviética y andan empeñados en la condena del estado israelí, confundiendo religión con estado y juzgando a toda una nación por el gobierno que le ha tocado en suerte. En realidad, todos sabemos que se goza de mayores libertades en general, tanto democráticas o religiosas, en Israel que en Irán, Arabia Saudita, Irak, Líbano, Siria, Jordania o Egipto; pero estas cuestiones parecen no importar.

Durante la última sesión plenaria municipal, se intentó por parte de algunos grupos municipales retrotraer las cosas al estado natural, es decir, que un consistorio no se meta en la camisa de once varas de cuestiones que no le son propias, como son las de las relaciones internacionales para las cuales parece que no goza de competencias administrativas. Pero hétenos aquí que lo pretendido se convirtió en una payasada de marca mayor que dice muy poco de algunos representantes de los ciudadanos de esta populosa villa marinera nuestra.

Si algunos de nuestros convecinos, viejos comunistas de salón, bien conocidos desean continuar en sus trece quizá sea hasta humanamente comprensible el dejarles perpetuarse en sus errores, aunque sea por un sentimiento romántico de cuando todos éramos más jóvenes e ingenuos. Pero que a estas alturas nos vengan representantes públicos que se nos presentaron como el no va más de la nueva política, como son los podemitas, ya es un poco más bochornoso. Y que en el batiburrillo que se formó en torno a la votación plenaria abandonaran la sesión plenaria, junto a los recalcitrantes de IU y los fantasmales de Podemos con corriente, los concejales del PP y el de Ciudadanos para no votar en la moción de la restitución de las cosas a su lugar sólo consiguió sumar confusión a las cosas. Lo importante es que la cuestión volvió parcialmente a su lugar.

Es lamentable que se nos intente vender la idea de que lo progresista es apoyar la llamada causa palestina y la condena del estado de Israel, una de las grandes falacias históricas de las últimas décadas y más lamentable lo es que tengamos unos concejales que, en su momento, votaran alegremente una condena sin reflexionar muy bien sus consecuencias y su condición ética. Cierto que algunos de los que abandonaron el Pleno lo hicieron al verse pillados en una flagrante contradicción y no tener las agallas políticas suficientes para saber cómo salir airosamente del paso.

Ya en el momento aquel, cuando se produjeron los vergonzosos acontecimientos a las puertas del teatro municipal Jovellanos, cuando un grupo de energúmenos se dedicó a insultar al público asistente a la representación de una compañía de danza israelí y desobedecer las instrucciones de la fuerza pública, no anduvieron finos nuestros concejales al condenar corporativamente tales hechos tan poco edificantes.

Compréndanse las causas por las que los gobernantes casquistas de nuestro ayuntamiento tengan que plegarse a los deseos de los atrabiliarios representantes de Podemos y la CSI, pero en algún lugar se ha de colocar las líneas rojas que separan la sensatez de la simple locura. Atacar al estado democrático de Israel ha de ser una de ellas porque hacerlo es una causa injusta, propia de fanáticos que sólo pretenden confundir baja política y viejo fanatismo trasnochado con cuestiones humanitarias.

Problema artificial

Ana Cano, la presidenta de la academia del bable, anda muy encocorada porque es posible que, por una de esas raras vueltas de la normativa, el ente lingüístico que preside puede terminar convertida en una entidad privada y sus «presupuestos tendrían que ir como una subvención a la Academia de la Llingua. Como la que pueden hacer a una asociación de vecinos». A eso se le llama tener mucho aprecio de uno mismo. Como si la cosa artificiosa que se ha creado a partir del astur-leonés fuera más trascendente que el bienestar de un grupo ciudadano que habita un entrono concreto. Ya van unos cuantos años y se ha demostrado, como desde su creación venimos manteniendo, que lo del bable es un constructo artificioso para fomento del empleo en el sector de la enseñanza y poco más. Un foco de gasto añadido que, en estos tiempos de necesaria austeridad, es un lujo caro que sirve para poco. Con media docena de estudiosos para su conocimiento bastaría: ni locales ni empleados son precisos. Y si Cano dimite, tampoco se perdería demasiado: nadie hay imprescindible y filólogos competentes hay que puedan fungir su cometido. Sin ir más lejos, los genios reductores de la marca blanca de Podemos en nuestro pueblo han pedido que el premio de novela «Café Gijón» admita textos en bable/asturiano. ¿Y por qué no en flamenco o, mejor y para mayor exotismo, en urdú? ¿No les basta con el infamante topónimo Gijón/Xixón que padecemos desde 2006)? Parece que es necesario crear un nicho nuevo de fondos para los escasos autores que escriben una novela completa en bable para darles el premio literario más importante que otorga esta villa marinera y, de paso, degradar un poco el prestigio del que goza en el panorama literario nacional y latinoamericano.

Por su parte, el gobierno del Principado, probablemente merced al empeño personal del consejero de Educación anda por los vericuetos de poner en marcha un plan piloto para introducir el asturiano en la formación Primaria. Otro gasto innecesario más y que, a buen seguro, sólo servirá para confundir un poco a nuestra inocente infancia, la cual es evidente que no tiene culpa alguna de los desmanes provocados por ciertos atavismos incrustados hasta en cabezas con algún mando en plaza. La cosa tendrá recorrido en la Junta General y es de esperar que el Gobierno de Asturias recapacite y de marcha atrás en una iniciativa que perjudica sin duda a la formación de los niños, la parte más débil de la cadena de intereses que se forman alrededor de este controvertido asunto. Recordemos que el bable no es oficial y que destinar recursos públicos, más allá de los imprescindible es, cuando menos, una frivolidad, cuando no de rebasar el grado de discrecionalidad al de pura arbitrariedad. En todo caso, es un fangal más en el que un gobierno prudente no debería introducirse por el simple capricho de un consejero más o menos aficionado al tema.

Esto del bable lleva camino de convertirse en un problema de mayor enjundia, más que nada debido a las últimas adherencias que a sus aficionados se han añadido. A los podemitas les hace tilín, ya que la facción asturiana anda empeñada en obtener una cierta autonomía frente a la dirección nacional de su neo partido. Y como la menguada afición bablista está necesitada de cualquier apoyo, hasta los más sensatos de sus componentes están dispuestos a aceptar hasta la ayuda del diablo.

Cunde, por otro lado, el optimismo ante la vuelta a tramitar la información pública del plan de ordenamiento urbano. Permítasenos el no ser tan optimistas como el concejal para todo, Fernando Couto. Tras los procesos de información pública llegan los periodos de alegaciones y, tras estos, suelen presentarse los contenciosos ante los tribunales. Tienen que darse demasiadas circunstancias favorables para que el PGO logre su puesta en vigor antes de fin del mandato. La experiencia demuestra que un documento con tantas variables tiene demasiados asideros para que quienes se sientan perjudicados acudan ante su señoría en busca de amparo a su causa. Así que, de optimismo, poca cosa.

Diversiones desgraciadas

Se han terminado los ruidos propios de los festejos carnavalescos y nuestra populosa villa marinera vuelve a su tradicional y generalizado mal gusto de siempre, sin necesidad de aditamentos ridículos y disfraces impropios de personas mayores hechas y derechas. Deberían estar proscritos a partir de ciertas edades: un niño disfrazado de pantera rosa queda divertido y hasta entrañable. El mismo disfraz puesto sobre el padre del niño queda estrafalario. Unos cuantos centenares disfrazados son una marea de desenfrenada e infeliz ausencia de sentido de lo que es propio e impropio. Si por lo menos la mayoría de los atuendos con que el público tiene a bien ataviarse fueran imaginativos o estuvieran bien confeccionados podríamos incluso mirar hacia otro lado y echar pelillos a la mar, pero esas murgas y charangas, por mucha ilusión que sus integrantes le pongan, resultan en gran parte patéticas. Y luego están los que confunden estas latitudes atlánticas con los trópicos y se deslizan en lamentables remedos de sambas brasileñas con sus pitos y sus horrísonos tambores. Se nos dirá que todos los años repetimos lo mismo y hasta algún fanático deslizará algún insulto porque considera su mal gusto un derecho fundamental más y una falta de respeto criticarlo. El derecho es innegable que existe, pero quien sale a la calle disfrazado de rana Gustavo o armado de tambor retumbante tiene el deber de soportar que se ponga en solfa su afición por parte de quienes no participan de sus peculiares y extemporáneas preferencias en materia de diversión. Pero ya pasó, un año más. La sociedad municipal para los regocijos populares ya cumplió su anual rito, con la ayuda inestimable de los medios de comunicación -«nostra culpa»-, y proclama la gran imaginación, originalidad, colorido y diversión en un desfile más bien falto de cualquiera de estas cualidades.

La gente, generalmente joven, que sale de noche los fines de semana, tiende a creer que en tales días y a esas tardías horas todo el mundo está en la calle y que son escasas las personas que están en sus casas. Se equivocan, claro, son muchas más las personas que permanecen en sus casas y no se tiran a las calles. Un indicador significativo es el consumo de televisión que no desciende, ni mucho menos, en las noches de los fines de semana, sino más bien lo contrario. Pues con los carnavales pasa lo mismo: da la sensación de que todo el mundo se lanza a la calle ataviado de forma más bien ridícula y se suma a unos festejos que reputan como irresistibles.

Pues no. Son muchos más los que detestan o soportan mansa o estoicamente semejantes desenfrenos que, si por lo menos, sirvieran para aumentar el número de forasteros que nos visitan tendrían alguna disculpa. Pero esa es otra: tendemos a creer, en nuestro grandonismo, que estas fiestas de invierno son en nuestra villa lo nunca visto y hasta los hay tan atrevidos que osan mentar ciudades como Cádiz o las capitales canarias. Pues no, son más bien mediocres y poco conocidos fuera de nuestro restringido entorno cercano. El que se haga día de fiesta local el martes de carnaval no aumenta desgraciadamente su fama. Tuvo su sentido durante los primeros años de recuperación democrática, pero poco más. Ahora se han convertido en algo rutinario, destinado a una minoría ciudadana que detrae recursos públicos de otras partidas en donde más se necesitan.

Lo dedicado, poco o mucho a la organización carnavalesca tiene más sentido aplicarlo a otro tipo de actividades culturales más dejadas de lado y que no merecen la atención consistorial que precisan. El que quiera tocar el bombo y el tambor que alquile un local, insonorizado o aislado de núcleos habitados y que allí atorre a dolor hasta que se rompa los tímpanos, si así lo prefiere y que contrate un seguro para que, de haber estropicios físicos por causa de la actividad, no se carguen los gastos de las reparaciones a los servicios públicos de salud.

Una mal entendida atención de lo público impele a los ediles a organizar lo que en tiempos fue un respiro, pero que hoy día -y desde hace por lo menos veinticinco años- no tiene sentido que merezca ni un euro de gasto municipal.