Subasta social

Lo que hace de nuestro pueblo uno al uso es que se monta un pifostio por el traslado de un muñeco navideño, con recogida de firmas incluidas, de una plaza a otra plaza. Se trata de un efímero, de un adorno que estará sólo ahí durante unos días, pero es capaz de excitar las pasiones, altas o bajas, de un grupo de ciudadanos. Tenemos el instinto pueblerino a flor de piel y le damos importancia y gastamos energías en cosas fútiles, casi como si nos fuera la vida en ello, cuando tienen una importancia nimia. Ni van a vender más o menos los comerciantes de la plazuela de San Miguel o los del 6 de Agosto porque un Papá Noel luminoso esté en un sitio o en el otro. Se trata de un problema de límites, no de utilidades. Cada navidad, lo de las luces navideñas en esta populosa villa marinera es un coñazo bastante impresentable que indica la incapacidad del ayuntamiento local para organizar de una manera mínimamente adecuada la vida ciudadana. Por otra parte, la participación de la Unión de Comerciantes local en el asunto tampoco ayuda al pacífico desarrollo del acontecimiento. Al final, se fabrican unos conflictos allí en donde deberían brillar solamente las luces y, si como este año nos ha tocado en desgracia, no son pobretonas y feas, mejor que mejor.

La iluminación navideña está tocada por la mano de la sociedad municipal pública Divertia, como el certamen del cine. Esta compañía pública es la especialista en los marrones. En lugar de servir para los regocijos y festejos populares, es una especie de hotel de los líos. El hasta el momento incompetente como director del Festival de Cine echa su enésima llorada y tiene a bien participarnos que no se encontró muy bien ambiente entre su equipo de trabajo a su llegada al puesto. ¡Qué quería! Acababan de lanzar al espacio a quien fuera el anterior carismático director durante unos cuantos años y el era una especie de incrustación. Lo curioso del caso es que, después de un lustro, sigue pareciendo algo así como el viajero muñeco luminoso navideño que emigra de plaza en plaza: un efímero de quita y pon. Por el bien del negociado festivalero, mejor que sea de quita que de ponlo otra vez en la selección que hay convocada, aunque sus padrinazgos hacen temer lo peor.

Hay cosas aún peores. Una formación política exige que se instaure una renta social de más de quinientos euros a cargo del ayuntamiento para apoyar los presupuestos municipales. Otras formaciones ponen pegas. Pues, de cara a la opinión pública, tienen la batalla perdida. Hasta ha comparecido la consejera de la cosa social en el gobierno del Principado, Pilar Varela, poniendo reparos. Quizás no se haya explicado bien o se la haya entendido mal, pero los medios de comunicación han coincido en esta visión de la cuestión: a la consejera le fallan o los conceptos políticos o la comunicación, pero debe hacérselo mirar. Si un grupo político se propone aumentar, aunque sea noventa euros la percepción de la renta social básica y alguien sale a poner pegas, los afectados se arrimarán a quien ofrece más, no a quien quiere fastidiarles la jugada. Si hay peligro de incompatibilidad, los gestores públicos están para solucionar los problemas, no para aparecer como aguafiestas. Con estas actitudes no se arriman votos a la causa de quien aparece en la función en el papel de aguafiestas. Es lo mínimo que ha de ser considerado. Los responsables políticos han de aparecer como solucionadores de problemas no como simples burócratas apegados a normativas y procedimientos. Se les pide justamente lo contrario: que remuevan trabas y allanen caminos. Tremendo error, por tanto, de los que has criticado la iniciativa de los podemitas respecto a esa ayuda municipal de quinientos y pico euros. Si la han tenido, no cabe otra que sumarse a ella, y con alegría, en lugar de fruncir el ceño y participar a la opinión pública severas críticas o admoniciones. ¿Qué importa la procedencia de la iniciativa si beneficia a los que están en la más extrema necesidad? Es una mera cuestión de sensibilidad alejada del burocratismo. Sí, es verdad: se trata de una poco presentable subasta social con la utilización de los más desfavorecidos de por medio, pero precisamente por eso, por los que peor lo están pasando, hay que ponerse, guste o no, de su lado.

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