Ruido sin nueces

El mamotreto hecho con metal y botellas de sidra junto a la rampa de la Barquera, en el Muelle, sigue igual de feo que el primer día, pero agostado por la pátina del tiempo. Ahora está rodeado de las casetas de madera del evento manzanero y sidrero, como ha poco lo estuvo de las carpas de la kermesse atlántica. Ya queda menos para que finalicen las interminables celebraciones pretendidamente atractivas con las que la municipalidad obsequia al vecindario. ¡Qué afición a llenar de cosas el paseo del Muelle, la plaza frente al Revillagigedo o los Jardines de la Reina, como si no hubiera mejores sitios en la villa marinera!

Para ser justos, este año, por ser vigesimoquinto aniversario del montaje, ha extendido sus tentáculos al prado en que se ha quedado el «solarón» de las vías donde el Humedal en donde tendrá lugar una especie de romería, cosa que tiene expectante al personal.

Ya queda menos: sólo los ruidos de las fiestas de los Remedios y la Soledad de Cimadevilla -más invasión, esta vez de cacharritos infantiles, de los Jardines de la Reina- y se habrán terminado las típicas molestias veraniegas con sus pompas y demás ruidosas actividades. Es una guerra perdida: aquí, en toda la nación se entiende, no se concibe la fiesta sin imponer en gran cantidad el ruido a cuanta mayor cantidad de gente mejor, tanto si quieren fiesta como si no. Hay lugares, que sin empacho podemos calificar de más o mejor civilizados, en los que sí, se produce ruido, pero se procura circunscribir a recintos delimitados o apartados de núcleos densamente poblado, de modo que las molestias afecten a una menor cantidad de público que no desee, por las particulares razones que sean, ser atacados por el exceso de bullicio.

Aquí no. Si no se molesta, parece que no hay diversión. Por ejemplo, las piaras formadas por personas que celebran despedidas de solteros y que asolan nuestras calles céntricas en primavera y verano, suelen considerarse más divertidas si dan más voces y ruido. En otoño e invierno, son algunas peñas de aficionados, seguidores de los equipos que visitan el Molinón, quienes llegan pertrechados de bombos, platillos y cornetas, para animar el cotarro con su ruido antes de asistir al partido. El caso es producir ruido.

Hasta el tono de nuestras conversaciones es más elevado que las de otros países. Esta percepción no es subjetiva, pues suele ser puesta de manifiesto por aquellos que son acogidos en nuestra tierra cuando son interrogados acerca de las cosas llamativas o peculiares con las que se encontraron al visitarnos. Natural es, parece, que siendo de costumbres vocingleras, nuestras diversiones tengan que superar en materia de decibelios a lo que es cosa normal durante la cotidiana convivencia.

Por ejemplo, produce pavor acercarse a un lugar en donde la juventud borracha está practicando en masa el deplorable botellón. Es un rugido que no puede imaginar la persona que no haya sentido la experiencia, de tal forma que aquella persona feliz que no haya tenido la desgraciada oportunidad de permanecer en las cercanías de tan infausta práctica masiva queda horriblemente impresionado la primera vez que lo escucha.

Lo más llamativo de todo, sin embargo, es que sean los poderes públicos quienes fomenten este tipo de infames molestias, otorgando permisos sin ton ni son o haciendo la vista gorda, según los casos, ante los ataques acústicos. Las administraciones municipales de otros lugares fuera de nuestra fronteras, pero no tan lejanas, se afanan en controlar en sus villas y ciudades todo tipo de contaminación, incluida la acústica, y autorizan ciertas expansiones ruidosas para excepcionalísimas fechas del año allí en donde se las permiten.

Entre nosotros, por el contrario, la municipalidad fomenta el ruido sin importarle el derecho al descanso o a la tranquilidad de la aparente mayor parte de sus ciudadanos, porque, no lo olvidemos, aunque parezcan enormes las cantidades de quienes participan en los diversos y horrísonos festejos, son muchos más los que se quedan en casa.

En fin, ¿qué podemos esperar de un gobierno municipal que es incapaz hasta de tener formalizado a tiempo el contrato de mantenimiento viario, de forma que éste no sufra interrupciones? Pues mucho ruido y pocas nueces.