Esos incómodos chiflados

Si todas las iniciativas en materia de regocijos populares y, por ende, de promoción turística, son del jaez de la última puesta en práctica por Divertia, vamos aviados en esta nuestra villa marinera. Con la disculpa de las bodas de plata del festival sidrero, lo alargaron a una semana de duración, mientras el concurso hípico de saltos ve degradada su condición de internacional oficial o sólo internacional, y de aquellos míticos nueve días de competición se pasó en su momento a seis, a estos genios de los festejos sólo se les ocurre, también con la disculpa de la bebida regional, montar una fiesta de «prau», de nada menos que cuatro días, en pleno centro de la ciudad. Y, como toda iniciativa escasamente reflexionada, ha ocasionado que saltasen chispas y no precisamente de alegría entre el vecindario de la zona de las desaparecidas estaciones de los trenes.

Y ahí tuvimos las romerías en el solarón de las vías, con sus poco soportables ruidos y los vecinos a quedar sin descanso. Como estos nuevos afectados por el ruido no estaban advertidos de lo que es tener a su vera la insoportable matraca de unos cacharritos o una orquesta pachanguera, convenientemente amplificada hasta el paroxismo, protestaron y llamaron a los guardias que, comprensivos, se acercaron al tenderete para obligar a los ruidosos a bajar el diapasón. La respuesta a esta actuación es de una cara dura que impresiona: se molestaron los organizadores del desaguisado porque les obliguen a bajar el diapasón, so capa del argumento de que protesta una minoría de vecinos, frente a una mayoría que pretende divertirse. ¡Sopla! ¿Y el inalienable derecho al descanso? Martínez Salvador, el figura al que parece haberle tocado en una rifa el papel de concejal de la cosa, despacha a los vecinos agraviados viniendo a decirles que aguanten que total son sólo cuatro días. Tamaña falta de sensibilidad y, probablemente a la legalidad vigente, dice mucho de la frivolidad y falta de sensibilidad de quien no merece la responsabilidad que detenta. Algún vecino o grupo de ellos acabarán poniendo un pleito y los tribunales, aunque tarde y mal, acabarán con el abuso y entonces ya no habrá argumento que valga sobre el derecho al descanso de una supuesta minoría y las ganas de borrachera y jarana de una controvertida y mucho más supuesta mayoría. De lo que no cabe duda, en fin, es que poner una orquestina y una barraca chigrera en pleno centro de la ciudad no es ninguna originalidad ni sirve de atracción turística. Como mucho, un mal entendido populismo que, a buen seguro, se volverá en contra de los pavisosos y un poco chiflados organizadores de los festejos.

Y, yéndonos a otros asuntos, hace ya unos cuantos años que un gobierno regional de la derecha en Asturias montó un chiringuito en Oviedo a un gijonés, Juan Bonifacio Lorenzo Benavente, consistente la sinecura en una filmoteca asturiana. Ahora, otro gobierno regional, tras años y años de disfrute, le retira el beneficio, tras veintitantos años de mamandurria, y, ya en edad de jubilación le despide. Pues menudo berrinche ha pillado el cesado Juan Bonifacio. Tras venir a autoproclamarse como una especie de único experto en historia del cine, se ha permitido hasta excitar las viejas rencillas entre la capital de la provincia y este pueblo nuestro pues, proclamó a los cuatro vientos, tras su defenestración había un contubernio: trasladar los fondos de la filmoteca regional desde Oviedo a Gijón, cosa que, al parecer, no estaba en el ánimo ni la imaginación de los responsables culturales del gobierno del Principado. La situación dio para escenas patéticas, como la protesta megáfono en mano del cesado en plena ovetense plaza de la Escandalera ni tan siquiera rodeado, el pobre, de un par de docenas de adláteres. Tal era el arraigo social de la institución que encabezó durante más tiempo del necesario. Cuando se pierde la razón, puede aparecer el delirio, cuestión que no es improbable en el caso que nos ocupa y, aparte de la conmiseración que produce, no puede dejarse que la cosa pase de rositas. Está bien que cada cual defienda lo que cree propio, pero de ahí a consentir la mendacidad y los infundios hay una traza que no se debe sobrepasar, salvo que superiores instancias indiquen que la cosa ha de ser tratada, más que como cuestión simplemente quijotesca, como patología médica digna de otro tipo de cuidados.

Ruido sin nueces

El mamotreto hecho con metal y botellas de sidra junto a la rampa de la Barquera, en el Muelle, sigue igual de feo que el primer día, pero agostado por la pátina del tiempo. Ahora está rodeado de las casetas de madera del evento manzanero y sidrero, como ha poco lo estuvo de las carpas de la kermesse atlántica. Ya queda menos para que finalicen las interminables celebraciones pretendidamente atractivas con las que la municipalidad obsequia al vecindario. ¡Qué afición a llenar de cosas el paseo del Muelle, la plaza frente al Revillagigedo o los Jardines de la Reina, como si no hubiera mejores sitios en la villa marinera!

Para ser justos, este año, por ser vigesimoquinto aniversario del montaje, ha extendido sus tentáculos al prado en que se ha quedado el «solarón» de las vías donde el Humedal en donde tendrá lugar una especie de romería, cosa que tiene expectante al personal.

Ya queda menos: sólo los ruidos de las fiestas de los Remedios y la Soledad de Cimadevilla -más invasión, esta vez de cacharritos infantiles, de los Jardines de la Reina- y se habrán terminado las típicas molestias veraniegas con sus pompas y demás ruidosas actividades. Es una guerra perdida: aquí, en toda la nación se entiende, no se concibe la fiesta sin imponer en gran cantidad el ruido a cuanta mayor cantidad de gente mejor, tanto si quieren fiesta como si no. Hay lugares, que sin empacho podemos calificar de más o mejor civilizados, en los que sí, se produce ruido, pero se procura circunscribir a recintos delimitados o apartados de núcleos densamente poblado, de modo que las molestias afecten a una menor cantidad de público que no desee, por las particulares razones que sean, ser atacados por el exceso de bullicio.

Aquí no. Si no se molesta, parece que no hay diversión. Por ejemplo, las piaras formadas por personas que celebran despedidas de solteros y que asolan nuestras calles céntricas en primavera y verano, suelen considerarse más divertidas si dan más voces y ruido. En otoño e invierno, son algunas peñas de aficionados, seguidores de los equipos que visitan el Molinón, quienes llegan pertrechados de bombos, platillos y cornetas, para animar el cotarro con su ruido antes de asistir al partido. El caso es producir ruido.

Hasta el tono de nuestras conversaciones es más elevado que las de otros países. Esta percepción no es subjetiva, pues suele ser puesta de manifiesto por aquellos que son acogidos en nuestra tierra cuando son interrogados acerca de las cosas llamativas o peculiares con las que se encontraron al visitarnos. Natural es, parece, que siendo de costumbres vocingleras, nuestras diversiones tengan que superar en materia de decibelios a lo que es cosa normal durante la cotidiana convivencia.

Por ejemplo, produce pavor acercarse a un lugar en donde la juventud borracha está practicando en masa el deplorable botellón. Es un rugido que no puede imaginar la persona que no haya sentido la experiencia, de tal forma que aquella persona feliz que no haya tenido la desgraciada oportunidad de permanecer en las cercanías de tan infausta práctica masiva queda horriblemente impresionado la primera vez que lo escucha.

Lo más llamativo de todo, sin embargo, es que sean los poderes públicos quienes fomenten este tipo de infames molestias, otorgando permisos sin ton ni son o haciendo la vista gorda, según los casos, ante los ataques acústicos. Las administraciones municipales de otros lugares fuera de nuestra fronteras, pero no tan lejanas, se afanan en controlar en sus villas y ciudades todo tipo de contaminación, incluida la acústica, y autorizan ciertas expansiones ruidosas para excepcionalísimas fechas del año allí en donde se las permiten.

Entre nosotros, por el contrario, la municipalidad fomenta el ruido sin importarle el derecho al descanso o a la tranquilidad de la aparente mayor parte de sus ciudadanos, porque, no lo olvidemos, aunque parezcan enormes las cantidades de quienes participan en los diversos y horrísonos festejos, son muchos más los que se quedan en casa.

En fin, ¿qué podemos esperar de un gobierno municipal que es incapaz hasta de tener formalizado a tiempo el contrato de mantenimiento viario, de forma que éste no sufra interrupciones? Pues mucho ruido y pocas nueces.

Entre humo y niebla

Con la niebla instalada sobre la costa de la villa marinera y la ausencia de cualquier soplo de brisa, ya se sabía que la tan cacareada noche de los fuegos iba a ser de unos artificios de luminosa pólvora de riguroso incógnito. Y lo esperado, se cumplió inexorablemente. Sí, hubo años de poco viento y humo, pero hay que remontarse a muy atrás para recordar la conjunción de la bruma y la humareda de las explosiones. La caritativa cirujana, a la sazón primera autoridad, dijo al salir de misa que ella no es quien para aplazar el lanzamiento de los fuegos artificiales porque no es técnica en pirotecnia. ¡Menuda primera autoridad! Y menudo concejal de Festejos. Entre los dos, no valen para tomar una decisión de sentido común. ¿A qué técnicos pirotécnicos habrá consultado la alcaldesa? Porque si son los contratistas encargados de lanzarlos, lo que quieren es quitarse el bolo de en medio cuanto antes y cobrar lo antes posible. Entre los fenómenos meteorológicos y la ineptitud del gobierno municipal, la noche de los fuegos fue la historia de una densa nube de humo de la que salían leves resplandores pálidamente coloreados. El ruido, muy bien, como siempre. Un fiasco en toda regla, fruto de la conjunción de variadas circunstancias desgraciadas, con parte de responsabilidad humana; aunque alguna humana se declare irresponsable del fiasco por no ser técnica pirotécnica.

Estos mandamases de Foro que tenemos incrustados en nuestro pueblo son proclives a colocar pantallas de niebla y humo delante de los asuntos. He ahí, sin ir más lejos, el concurso público para la redacción del plan urbanístico, muy criticado por los socialistas por lo que consideran su «falta de limpieza y de control municipal», la del concurso para la redacción del PGO, claro. La primera autoridad también se «tecnifica» en esto. Nada advirtieron los técnicos, nadie avisó de nada, luego todo está bien. ¡Qué mujer! Si todo queda al albur de los técnicos, ¿para qué la instancia política? No hay técnico que sea el encargado de avisar de parentescos entre calificadores y calificados en procesos concursales, en los que entre otros se diriman y puntúen criterios subjetivos. Pero ahí sí entra la sensibilidad política y, claro, la ética de quien no se inhibe de formar parte de un tribunal si existe alguna relación de parentesco con los calificados. Para los actuales gobernantes del ayuntamiento, todo son criterios técnicos: ellos no hacen política, sus decisiones son, al parecer, asépticas. Tanto que, por poner, ahí tenemos a unas cuantas familias del barrio de Portuarios fastidiadas por simples cuestiones técnicas.

Ya está descubierto el secreto de la alcaldesa y sus adláteres: la cortina de humo en el corto plazo sobre cualquier acontecer que se muestre mínimamente polémico, conflictivo o incluso socialmente injusto. Para el largo, ya aparecerá algún manto de niebla que ponga el remate al asunto. Así, aunque ocultos y arrumbados en el desván se acumulan las trastadas políticas y sociales y ya vendrán otros detrás que lo limpien y lo ordenen. Si todas las decisiones son cosas técnicas, ¿para qué gobernantes? La actitud que muestran estos fenómenos tiene peligrosas connotaciones antidemocráticas. No se trata que las decisiones se tomen a tontas y a locas, sin ser informadas técnicamente, pero todos sabemos que hay opciones, que las soluciones aportadas por los expertos ofrecen alternativas, que ningún funcionario, asesor o perito en cualquier materia no ofrece un abanico de posibilidades.

Tomemos los fuegos que no se vieron y que costaron unas decenas de miles de euros: dicen los munícipes responsables que aplazarlos un día habría tenido un coste de diez mil machacantes. Parece un cantidad exagerada y no contrastada, pero, dándola por buena, hubiera sido un ahorro, porque con la decisión de dispararlos entre la bruma y sin un mínimo movimiento del aire se perdió todo: no hubo espectáculo y hubo que pagarlo enterito. Y como esta muestra de incompetencia, tantas otras. ¡Qué «jaimitadas» hace esta gente tan rara! Así va nuestro pueblo.

Las gaitas de Montoro

De los múltiples instrumentos musicales que los diferentes folklores de los pueblos se han ido dotando, a nosotros nos ha tocado la chirriante gaita de híspido sonido y el martilleante tambor. No hemos tenido suerte y, para colmo, los últimos años se han puesto de moda las bandas de gaitas que, pretenciosamente, pretenden conjuntar dulces sones, cuando consiguen tan sólo aumentar el horrísono horror. Estos días atrás, inmisericordemente y en sesiones vespertinas, ha tocado ración de gaitas bajo mis alegres ventanales. Cornamusas en masa para disturbar lo máximo posible. Es de suponer que la actividad perciba retribución dineraria municipal que, escasa o abundante, es mucha para el público que congrega -tantos gaiteros, tamborileros y familiares, porque estos grupos siempre llevan nutrido grupo de parentela, como de espectadores-. Es lo que se entiende por festejo: hacer ruido con lo que sea. Y si lo hacemos disfrazados de costumbre ancestral, miel sobre hojuelas. No hay nada como el ruido con coartada étnica: eso tiene más mérito, a dónde vamos a parar.

Ya tenemos en marcha la Feria de Muestras, que esa no molesta a nadie porque está en su recinto y el que no quiere no va y todos tan contentos. Por cierto, el acto de la inauguración del pasado viernes fue presidido por el presidente del Principado, Javier Fernández, y no por la ministra de Empleo y Seguridad Social, Fátima Báñez, que fue una importante representante del gobierno de España. Pero el representante ordinario del Estado en Asturias, como en toda comunidad autónoma, es el presidente regional. Ello sucedió siempre así desde que hay Principado de Asturias, salvo cuando Álvarez-Cascos, para poder presidir él, por encima del presidente regional, se hizo nombrar representante específico del presidente del Gobierno de entonces, José María Aznar. Son curiosidades protocolarias que en el caso de Cascos dicen bastante de su atrabiliaria personalidad y, en el caso de los que se empeñan en decir que el acto inaugural de la FIDMA fue presidido por la ministra Báñez dice también algo de la falta de conocimiento protocolario o de la buena o mala fe de quien de ello equivocadamente informa.

Y mientras todas estas emociones nos embargan, los que mandan en el Ayuntamiento de esta nuestra villa marinera se enteran a los doce día que desde el ministerio del inusual ministro Montoro les mandan una cartita con reclamaciones de grueso calibre como que disuelvan algunas empresas y otros organismos municipales. Ya les vale. Tan bien debe funcionar la maquinaria funcionarial y tan acostumbrados deben estar su plantilla a no seguir directrices políticas que se considera innecesario que la concejala delegada de los aspectos económicos o la muy caritativa cirujana se enteren de ello en tiempo real. Menudo Ilustre Ayuntamiento. ¿De qué se ocuparán los mandamases? De saraos, recepciones y otras minucias.

Podrían preocuparse de buscar solución a la forma de acometer la financiación de los servicios públicos y de que esas empresas públicas y demás fundaciones y patronatos hagan anualmente, todos, unos presupuestos realistas, con los costes de verdad, para no tener luego que proclamar déficits de explotación y que el susodicho Ilte. Ayto. no tenga que acudir apremiado a insuflar dineros. Los servicios públicos cuestan el dinero que cuestan y no estaría nada mal que sus gestores presupuestaran lo más apegados posibles a la realidad los costes de explotación: es lo mínimo que se les puede pedir. Porque estamos hartos, un año tras otro, que unas cuantas de esas entidades -casi siempre las mismas- se equivocan y se quedan inveteradamente sin fondos un ejercicio tras otro. ¿Por qué no hacerlo figurar todo desde el principio?

Los servicios públicos ya sabemos que cuestan dinero y para costearlos está ese Consistorio que recauda sus tasas, sus impuestos y demás exacciones. ¿Por qué estropear una gestión con los borrones de los repetidos déficits anuales? Otra cosa es que, en algún ejercicio, circunstancias especialísimas produzcan gastos extraordinarios. A no ser que se consideren extraordinarias situaciones como las del malhadado certamen de las películas con un tan peculiar director que ya anda echando sapos y culebras por su próxima defenestración. Pero no todos pueden ser tan incompetentes y desahogados. La mayoría seguro que son gente normal que sabe acerca de lo suyo.

El conde se solivianta

Parece que anda inquieto el actual conde Revillagigedo por la utilización que su legítimo propietario hace de lo que fue una antigua posesión de su familia en la antigua plaza de la Barquera, actual del Marqués, y que ya no lo es, como tampoco ya el titular del condado de marras es el cacique número uno de esta villa marinera y su concejo. Ya desde antes de heredar el título, su actual poseedor revolvió por ver si podía llevar a efecto la cesión de su archivo en no muy claras condiciones y, encima, lo colocaba en lo que fuera su antiguo palacio.

Lo que el padre del actual conde vendió fue una posesión en penoso estado de conservación y que hubo de ser objeto de una profunda rehabilitación para convertirlo en un espacio habitable y utilizable, incluido el acondicionamiento de la anexa colegiata de San Juan Bautista como salón de actos.

En la rehabilitación tuvieron que ver las administraciones local y regional, pero sobre todo, la Obra Social y Cultural de la antigua caja de Ahorros de Asturias que convirtió al palacio de Revillagigedo en un centro cultural que, con la reconversión de la caja en banco, suprimió las actividades culturales, aunque sigue contribuyendo al mantenimiento en condiciones del edificio y alquilándolo para diversos eventos. Y eso parece que al conde no le gusta.

Amenaza el inquieto conde con estudiar si fuera posible la reversión de la propiedad. Probablemente va listo, pero avisa de que si no se hacen las cosas como a él le gustan igual hay pleito. Y, entre una advertencia y otra, vuelve a darle vueltas a la colocación de su archivo. Dice que tan importantes papeles se los rifan otras localidades o entidades y que vaya mal ojo el de nuestro ayuntamiento o gobierno regional que hacen oídos sordos a su pretendida magnífica oferta.

Puede ser que el tal archivo guarde interesantes legajos u objetos de interesante estudio, pero tendrían que darse en los tiempos que corren circunstancias extraordinarias para que pasara a dominio público y, naturalmente, sin condiciones extrañas que dieran pie al mangoneo del mismo por parte del conde, sino dado a la custodia de las administraciones públicas incondicionalmente. Aunque ya decimos que seguramente no es el mejor momento el actual para que un particular ceda el archivo de su casa, mediante estipendio que se presume cuantioso, al procomún. No andan los hornos de los dineros públicos para esos bollos.

Los condes de ahora ya no son como los de antes. Al que nos referimos aquí, con antecesores de pomposos uniformes, con retratos en el salón consistorial de recepciones, y mandamases en la villa y su concejo, no le duelen prendas y quiere levantar un pabellón para bodas, bautizos y comuniones en el hermoso predio de su propiedad en Deva, en donde se ubica una de las casonas familiares de referencia. El conde se mete a negocios hosteleros, como ya han hecho, o tenido que hacer en algunas de sus emblemáticas posesiones con tal de mantenerlas, ciertos representantes de la burguesía local.

Sin embargo, eso de colocar el archivo familiar, por interesante que sea, y recuperar el palacio, una vez cobrado -vendido, no donado, por mucho o poco- y rehabilitado y conservado durante años por sus nuevos propietarios es cosa de un gran desahogo que indica un cierto aire de posesión sobre lo que aún debe reputar como propio.

Hay quien le baila el agua al conde, quién sabe por qué interés, y todavía dobla el espinazo político como si el túnel del tiempo nos hubiese transportado cien años atrás. Y no. Han cambiado las cosas y ahora el conde de Revillagigedo, que probablemente ni tan siquiera está empadronado en la localidad, lo tiene más crudo para imponer su voluntad y hacer de su capa un sayo en este pueblo nuestro. Esperemos que las autoridades, democráticas, por supuesto, no dejen que se nos cuele por algún resquicio administrativo ningún elefante blanco ni pariente cercano o lejano.