Los 50 años del calamar

Hace cincuenta años que se restableció la costumbre de celebrar en nuestro pueblo una feria de muestras y, así como las nueve ediciones anteriores sufrieron diversos avatares e interrupciones, desde aquella reanudación de los fabulosos años sesenta del siglo XX no han tenido interrupción en su serie y, unido indisolublemente a la Feria de Muestras de Asturias, el puesto –ahora son varios– de venta de bocadillos de calamares fritos. Hay otras especialidades gastronómicas, muchas de ellas de origen porcino en sus múltiples variantes, como puedan ser derivados lácteos en forma de tartas, helados y otras golosinas que, a lo largo de este medio siglo, han ido conformando una tradición de consumo entre el numeroso público asistente al evento.

Ahora, esta tradición, ya no es objeto de crítica o chanza, como lo fue hace unos lustros. El bocadillo de calamares era el paradigma de la inutilidad de lo que, ya sumergidos en el mundo de los acrónimos, se convirtió en FIDMA para, más prácticamente, ir quedándose en Feria a secas. Cuando algo traspasa el tiempo, como lo ha logrado el calamar ferial, se convierte en una tradición y es aceptado por todos como si tal cosa: como lo consiguió la Feria misma. Ya nadie hace comparaciones entre los pabellones de un tipo o los de otro. Poco importa que hayan cambiado los tiempos y ciertos pabellones de las grandes empresas públicas hayan desaparecido del recinto, entre otras cosas porque ya no quedan empresas públicas.

Lo que ahora hay en la Feria de Muestras es lo que hay, lo que somos empresarialmente en Asturias. Y el mapa ha cambiado en estos diez lustros de forma muy significativa: quedan los calamares los muebles, los coches y los entidades bancarias, sí; pero hasta un buen día desapareció del mapa hasta el recinto dedicado al ayuntamiento de Oviedo, bien que la capital del Principado siga en su sitio, pero no en la celebración comercial del verano asturiano, como si la muy ilustrada Vetusta se hubiera ensimismado.

Antes, parecía que faltaba la alegría si no había inauguración sin ministro, ¡qué tiempos aquellos! Pero, desde la aparición del régimen autonómico, la costumbre decayó y las presencias ministeriales menudearon para convertir al Presidente del Principado en estrella principal del acto inaugural. Tras la sesión de discursos era costumbre obligada la realización de las autoridades presentes de un paseo por el recinto ferial, taurinamente denominado como “paseíllo”, pero que se demoraba durante horas. De un tiempo a esta parte el paseíllo se celebra otro día y, para colmo ya más reciente, se hacen dos: uno con el Presidente asturiano y otro con la caritativa cirujana, a la sazón alcaldesa forista, que se ha mostrado celosa del protagonismo presidencial y le hace ilusión figurar como primera autoridad en todo su esplendor sin que nadie le haga sombra.

Precisamente uno de estos días atrás, se ha comenzado a mentar acerca de la jubilación de Álvaro Muñiz, director del evento, uno de los directivos camerales que lleva más de treinta años en la Cámara de Comercio gijonesa y que supo recoger el testigo de Pedro García-Rendueles, el director que puso en marcha este verdadero acontecimiento comercial en unos tiempos ciertamente muy diferentes y, por motivos políticos, tan poco recomendables, mas en lo personal, porque eran tiempos de la infancia, tan entrañablemente añorados.

Yo, como tantos, vi nacer la feria del bocata de calamares allí donde el edificio de la Escuela de Peritos que ya ni existe y ahora es un solar. Y asistí a su traslado a la tribunona del Molinón y aledaños y su salto al otro lado del Piles, donde ahora la encontramos con sus pabellones y su Palacio de Congresos. Una feria a la que no le falta de nada para que el público pase una jornada entretenida y para que otros, y es algo que se ve menos, cierren negocios.

Cincuenta años. Y eso que decían que era la misma feria del bocata de siempre sin motivo práctico alguno. Aunque fuera para reafirmar la permanencia y el deseo de salir adelante de una ciudad. De una región, y sus habitantes ya tendría utilidad y sentido.