El verano y sus ruidos

Se clausura la Semana Negra. Fue la vigesimoctava edición y con un éxito de público arrollador. Hubo la ya consabida mezcla de todo con sus charlas, coloquios, presentaciones y firmas literarias, exposiciones, feria del libro, sus bares y su ferial. No es un festival literario silencioso. No. Hace ruido y de ello se nutre la mayor parte de sus detractores: el maldito ruido. Se ha puesto de manifiesto ya que si las administraciones apoyaran dinerariamente el festival con más intensidad, la organización no se vería obligada a incluir la cantidad de chiringuitos y cacharritos feriales con que lo hace para obtener recursos. Es más que posible.

Hay, sin embargo, una delectación hipócrita en poner por delante el asunto del ruido, después de tantos años, cuando la villa se convierte en verano en un puro ruido con la, al parecer, complacencia de las autoridades municipales.

En un momento determinado, se desmandó todo el asunto y ya parece cosa imposible ponerle coto. Una cantidad notable de hosteleros no entienden la explotación de sus locales de copas sin música amplificada con un nivel decibélico tal que atruena y que, por ende, anima al personal a proferir, en sus expansiones etílicas, grandes voces.

Nuestro pueblo tiene pendiente el asunto de la conciliación de la diversión de unos, que por mucho ruido que metan son minoría, con el derecho al descanso de una mayoría ciudadana. Para consentir en tamaña aberración se ha llegado hasta utilizar el argumento del empleo. Digo aberración porque si se hicieran inspecciones de trabajo masivas durante las locas noches de copas en bares y chiringuitos, nos llevaríamos una desagradable sorpresa en cuanto a la legalidad y calidad de dichos puestos de trabajo, por llamarlos de alguna manera.

Conviene insistir y en trabajar duramente para que la proverbial animación de la ciudad siga siendo un signo propio de distinción y, por otro, se consiga que el respeto al descanso de quienes no desean sumarse a la locura etílica se respete de la mejor manera posible.

Gijón es ciudad que tiende a ser ruidosa de noche y de día: no se puede decir que no sea lugar contaminado acústicamente en muchos de sus lugares céntricos con zonas, ya se ha comentado en numerosas ocasiones anteriores, verdaderamente mártires en este sentido.

El diálogo es necesario. Se intuye que las asociaciones vecinales optarán por el silencio y los representantes de los chigreros pedirán una manga muy ancha. Y si no se llega a un acuerdo de autorregulación, no quedaría más remedio que acudir al establecimiento de una normativa limitativa y, si fuera necesario, más coercitiva de lo que es actualmente, porque la triste realidad es que el actual estado de cosas es muy desalentador.

La verdad es que encontrar solución al dilema es un reto difícil de resolver, pero mal que la municipalidad ha de aplicarse con empeño. De no hacerlo así, estarán fallando a la ciudadanía y haciendo una flagrante dejación de su tarea como mandatarios de la localidad.

A la oposición, mayoritaria en la corporación, también se le exige el compromiso de colaborar en la solución del problema y buscar las soluciones de forma conjunta con el minoritario gobierno de la caritativa cirujana Moriyón que, en este caso como en tantos otros, tan complicado lo tiene. Cada verano se repite la misma historia y así vamos tirando: se aplasta el derecho al descanso de una mayoría en pro del beneficio de una minoría ruidosa y un mucho más escaso número de propietarios de bares. Es una situación anómala y, hasta podría decirse, que escasamente democrática. Por eso, la situación debe enmendarse.

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