La galbana estival que invade la ciudad marinera

Si hay que aguantar los excesos festivos veraniegos en pro del turismo local, se soportan con estoicismo, pero sin pedirnos encima que nos pongamos muy contentos y disfrutemos con ellos. Parece ser que se trata de un mal menor, aunque haya quien dude que algo que molesta tanto sea positivo para el desarrollo económico de una mayoría. Indudablemente lo es para una minoría chigrera que hace caja gracias a la expedición de alcohol sin límites al personal que se emborracha o al que simplemente se achispa.

No hay evento que no tenga su parte borracha, como si fuera una maldición o una necesidad vital. Otros festejos, como el de la sidra, consisten sencillamente en una exaltación del alcoholismo, lo cual es deplorable, aunque lo vistamos de fiesta de raigambre regional plena de tipismo y sentimiento de la patria chica.

Convengamos que esto no es la mallorquina Magaluf y aquí nuestras pandillas de despedidas de solteros no son comparables con la etílicas masas ansiosas de dudosa diversión, aunque también genere muchas dudas el tipo de diversión de la alegre muchachada que invade los fines de semana nuestra ciudad en primavera y verano para celebrar el cambio de estado civil de alguno de ellos. Y claro que son de un mal gusto flagrante los atuendos con los que se disfrazan e insoportables sus voces y cánticos para los vecinos a quienes les toca el dudoso honor de que se coloquen en las inmediaciones de sus domicilios. Pero se soporta porque hay algún gremio empresarial que necesita de semejante horror para sacar adelante su negocio. Ya algún finolis consistorial ha manifestado que no es este el modelo turístico que prefiere para nuestra ciudad, pero como hace cuatro años que no se promueven otras formas diferentes -y parece que va para otros cuatro si la presión opositora no lo remedia- no queda más remedio que permanecer anclados en el horror.

Pronto entraremos en un nuevo periodo estival de vacaciones edilicias y todo quedará suspendido hasta septiembre para, ya entonces, hacer recuento de fiascos festeros. De nuevo asistiremos a la exaltación militarista del festival aéreo, que ya son ganas, con su exhibición de máquinas de guerra convertida en espectáculo de masas, haremos recuento de los recitales musicales de asistencia menguante y escucharemos los intentos de explicación y disculpas por los más que probables fallos clamorosos habidos en la materia.

Hasta el momento, hemos disfrutado de temperaturas más benignas que las de la mayoría de la península e islas soberanas, lo cual hace que las pequeñas desgracias descritas se conviertan en más llevaderas. De alguna ventaja habríamos de gozar.

La villa marinera no crece, el gobierno municipal no se mueve, perdemos en incesante goteo residentes y los que aguantamos en este vecindario nos conformamos con la observación mañanera de si ya sopla el nordeste para saber si el resto del día será soleado y cómo habremos de disponer nuestro atuendo sin caer en que se nos confunda con los abundantes ocupantes de los arenales marineros.

Si tuviéramos que describir la situación sería de preocupante, porque no hay signos que induzcan al optimismo, aunque sea tan necesario para que las cosas den la vuelta. Habrá que hacer propósito de no dejarse abatir ni caer en el desánimo colectivo. Hay salida, aunque algunos comportamientos públicos nos lo pongan difícil. Por ejemplo, el comportamiento, hasta el momento, de los concejales llamados emergentes, instalados en un negativismo sombrío que a nada bueno parece conducir. Pero esto, al parecer, habrá que aguantarlo con la misma paciencia que se aguantan también las guarrindonguillas despedidas de solteros.