Las explicaciones que no llegan de los gestores portuarios

Tenemos, o para ser más exactos, se nos ha puesto la piel muy fina. A fuerza de repetirlo, nos hemos acabado de creer que esto es la bomba en lugar de una ciudad de corte industrial. Lo del turismo está muy bien y conviene esforzarse en cultivarlo y hacer crecer el sector. Lo de convertirnos en escenario de las borracheras sin fin de jóvenes de las regiones aledañas que vienen a sus despedidas de solteros y que suelen acabar en un lupanar no debe confundirnos. Esto no son las islas Mauricio ni las Maldivas, esto es una villa que fue marinera y quiere seguir siendo industrial, así que, de vez en cuando, se han de levantar polvaredas de negras partículas de carbón, ése que cuando consideramos no se mueve en la suficiente cantidad por nuestro puerto nos deja llenos de preocupación por el futuro.

Dicho lo anterior, los recientes episodios de estos días atrás han dado para, al menos, demostrar, de qué pasta están hechos algunos de nuestros gestores públicos. Los más impresentables, sin duda alguna, los gestores portuarios, que hicieron un Harpo Marx de categoría y permanecieron calladitos a ver si no se notaba que con ellos no iba la cosa. Pues sí que va y, por tanto, su deber es dar las convenientes explicaciones al momento, sin esperar a que nadie se las pida. A estas alturas, como si estuvieran de vacaciones, todavía parece que no se han aclarado de sus deberes.

Pero quien ha alcanzado los límites más descarados del postureo y la cara dura, ha sido la caritativa cirujana, esa primera autoridad municipal que no ha dudado en hacerse la gran ofendida y la ejecutiva más resolutiva, como si ella fuera parte ofendida y no formase parte del consejo de administración del puerto, que es el sitio en el que debería pedir las correspondientes explicaciones e incluso solicitar la inmediata puesta en vigor, tras analizar su coste, de las mejores soluciones.

Pero decir que «no está dispuesta a tolerar» de nuevo la misma situación, por ahora, es como querer ponerse a la altura de Moisés abriendo las aguas del mar Rojo: por ahora, dados similar régimen de vientos y parecida pila de carbón, volverá a levantarse polvo negro y da igual que la alcaldesa se ponga muy farruca de cara a la galería y se haga fotos con cara de muy enfadada o suba a la Campa de Torres a mirar las instalaciones portuarias y las montañas de minerales.

Ya hace años que Moriyón se sienta y cobra la dieta como consejera portuaria como para que ahora nos venga con estas. Resulta una actitud patética que lo dice casi todo acerca de su poca enjundia como gestora pública y de su catadura política. Está hecha con la pasta de la demagogia más barata y con la falta de sinceridad que exhiben los que, con tal de librar su responsabilidad, dicen lo mismo ocho que ochenta. Los festivales atlánticos, los pases de aviones, los recitales de verano de renombrados artistas con cuantiosas pérdidas y demás festejos veraniegos son el disfraz. La verdadera realidad son las industrias y talleres, los montones de graneles minerales en el puerto y la red de infraestructuras. Pero si nos creemos que Gijón sólo es lo que está al oriente, la ciudad jardín, mal vamos.

Estamos en manos de una aficionada que olvida su estatuto, sus funciones, los cargos que ocupa y lo que haga falta olvidar para mostrarse falsamente ofendida con tal de aparentar de que la cosa no va con ella. Pues que se ponga a la faena en donde lo tiene que hacer, en lugar de hacerse fotos con el ceño fruncido y echar pestes a micro abierto contra sí misma, que ya es el colmo.

El verano y sus ruidos

Se clausura la Semana Negra. Fue la vigesimoctava edición y con un éxito de público arrollador. Hubo la ya consabida mezcla de todo con sus charlas, coloquios, presentaciones y firmas literarias, exposiciones, feria del libro, sus bares y su ferial. No es un festival literario silencioso. No. Hace ruido y de ello se nutre la mayor parte de sus detractores: el maldito ruido. Se ha puesto de manifiesto ya que si las administraciones apoyaran dinerariamente el festival con más intensidad, la organización no se vería obligada a incluir la cantidad de chiringuitos y cacharritos feriales con que lo hace para obtener recursos. Es más que posible.

Hay, sin embargo, una delectación hipócrita en poner por delante el asunto del ruido, después de tantos años, cuando la villa se convierte en verano en un puro ruido con la, al parecer, complacencia de las autoridades municipales.

En un momento determinado, se desmandó todo el asunto y ya parece cosa imposible ponerle coto. Una cantidad notable de hosteleros no entienden la explotación de sus locales de copas sin música amplificada con un nivel decibélico tal que atruena y que, por ende, anima al personal a proferir, en sus expansiones etílicas, grandes voces.

Nuestro pueblo tiene pendiente el asunto de la conciliación de la diversión de unos, que por mucho ruido que metan son minoría, con el derecho al descanso de una mayoría ciudadana. Para consentir en tamaña aberración se ha llegado hasta utilizar el argumento del empleo. Digo aberración porque si se hicieran inspecciones de trabajo masivas durante las locas noches de copas en bares y chiringuitos, nos llevaríamos una desagradable sorpresa en cuanto a la legalidad y calidad de dichos puestos de trabajo, por llamarlos de alguna manera.

Conviene insistir y en trabajar duramente para que la proverbial animación de la ciudad siga siendo un signo propio de distinción y, por otro, se consiga que el respeto al descanso de quienes no desean sumarse a la locura etílica se respete de la mejor manera posible.

Gijón es ciudad que tiende a ser ruidosa de noche y de día: no se puede decir que no sea lugar contaminado acústicamente en muchos de sus lugares céntricos con zonas, ya se ha comentado en numerosas ocasiones anteriores, verdaderamente mártires en este sentido.

El diálogo es necesario. Se intuye que las asociaciones vecinales optarán por el silencio y los representantes de los chigreros pedirán una manga muy ancha. Y si no se llega a un acuerdo de autorregulación, no quedaría más remedio que acudir al establecimiento de una normativa limitativa y, si fuera necesario, más coercitiva de lo que es actualmente, porque la triste realidad es que el actual estado de cosas es muy desalentador.

La verdad es que encontrar solución al dilema es un reto difícil de resolver, pero mal que la municipalidad ha de aplicarse con empeño. De no hacerlo así, estarán fallando a la ciudadanía y haciendo una flagrante dejación de su tarea como mandatarios de la localidad.

A la oposición, mayoritaria en la corporación, también se le exige el compromiso de colaborar en la solución del problema y buscar las soluciones de forma conjunta con el minoritario gobierno de la caritativa cirujana Moriyón que, en este caso como en tantos otros, tan complicado lo tiene. Cada verano se repite la misma historia y así vamos tirando: se aplasta el derecho al descanso de una mayoría en pro del beneficio de una minoría ruidosa y un mucho más escaso número de propietarios de bares. Es una situación anómala y, hasta podría decirse, que escasamente democrática. Por eso, la situación debe enmendarse.

La galbana estival que invade la ciudad marinera

Si hay que aguantar los excesos festivos veraniegos en pro del turismo local, se soportan con estoicismo, pero sin pedirnos encima que nos pongamos muy contentos y disfrutemos con ellos. Parece ser que se trata de un mal menor, aunque haya quien dude que algo que molesta tanto sea positivo para el desarrollo económico de una mayoría. Indudablemente lo es para una minoría chigrera que hace caja gracias a la expedición de alcohol sin límites al personal que se emborracha o al que simplemente se achispa.

No hay evento que no tenga su parte borracha, como si fuera una maldición o una necesidad vital. Otros festejos, como el de la sidra, consisten sencillamente en una exaltación del alcoholismo, lo cual es deplorable, aunque lo vistamos de fiesta de raigambre regional plena de tipismo y sentimiento de la patria chica.

Convengamos que esto no es la mallorquina Magaluf y aquí nuestras pandillas de despedidas de solteros no son comparables con la etílicas masas ansiosas de dudosa diversión, aunque también genere muchas dudas el tipo de diversión de la alegre muchachada que invade los fines de semana nuestra ciudad en primavera y verano para celebrar el cambio de estado civil de alguno de ellos. Y claro que son de un mal gusto flagrante los atuendos con los que se disfrazan e insoportables sus voces y cánticos para los vecinos a quienes les toca el dudoso honor de que se coloquen en las inmediaciones de sus domicilios. Pero se soporta porque hay algún gremio empresarial que necesita de semejante horror para sacar adelante su negocio. Ya algún finolis consistorial ha manifestado que no es este el modelo turístico que prefiere para nuestra ciudad, pero como hace cuatro años que no se promueven otras formas diferentes -y parece que va para otros cuatro si la presión opositora no lo remedia- no queda más remedio que permanecer anclados en el horror.

Pronto entraremos en un nuevo periodo estival de vacaciones edilicias y todo quedará suspendido hasta septiembre para, ya entonces, hacer recuento de fiascos festeros. De nuevo asistiremos a la exaltación militarista del festival aéreo, que ya son ganas, con su exhibición de máquinas de guerra convertida en espectáculo de masas, haremos recuento de los recitales musicales de asistencia menguante y escucharemos los intentos de explicación y disculpas por los más que probables fallos clamorosos habidos en la materia.

Hasta el momento, hemos disfrutado de temperaturas más benignas que las de la mayoría de la península e islas soberanas, lo cual hace que las pequeñas desgracias descritas se conviertan en más llevaderas. De alguna ventaja habríamos de gozar.

La villa marinera no crece, el gobierno municipal no se mueve, perdemos en incesante goteo residentes y los que aguantamos en este vecindario nos conformamos con la observación mañanera de si ya sopla el nordeste para saber si el resto del día será soleado y cómo habremos de disponer nuestro atuendo sin caer en que se nos confunda con los abundantes ocupantes de los arenales marineros.

Si tuviéramos que describir la situación sería de preocupante, porque no hay signos que induzcan al optimismo, aunque sea tan necesario para que las cosas den la vuelta. Habrá que hacer propósito de no dejarse abatir ni caer en el desánimo colectivo. Hay salida, aunque algunos comportamientos públicos nos lo pongan difícil. Por ejemplo, el comportamiento, hasta el momento, de los concejales llamados emergentes, instalados en un negativismo sombrío que a nada bueno parece conducir. Pero esto, al parecer, habrá que aguantarlo con la misma paciencia que se aguantan también las guarrindonguillas despedidas de solteros.

Contra viento y marea

La capacidad de resistencia del festival conocido ya mundialmente como “Semana Negra”, que por otra parte es como se hace llamar el evento oficialmente desde su inicio, es proverbial. Lo resiste todo, incluso a su propio caos organizado, no en vano han venido presumiendo sus organizadores de un cierto aire libertario, pero con una capacidad de controlar el lío que para sí quisieran otros acontecimientos de sus proporciones e incluso mucho más pequeños.

La entidad que pone en marcha la Semana Negra es una asociación civil sin ánimo de lucro no una empresa privada que, como toda compañía mercantil, sí lo tendría. La confusión viene desde que entró el Foro casquista en el gobierno municipal que insistió en decir que el festival estaba organizado por una entidad privada, lo cual es cierto, pero que no significa, gran detalle, que se trate de una entidad mercantil privada como algún despistado o despistada, inocente o dolosamente ha dejado puesto hasta por escrito.

Fue tan corrosiva la campaña en contra del evento durante su primera década de existencia que hay mentiras que aún perviven, como esa que se extendió en su día y que venía a decir que alguien se lo llevaba crudo. Hay quien no se puede creer que alguien esté dispuesto a organizar un festival de tales proporciones si no es con ánimo de lucro. Son los del tipo a quienes, pongamos por ejemplo, solamente se les ocurre permitir que se monte una enorme carpa donde el personal vaya a llenarse la panza con marisco gallego, invento que sí estaba organizado por una mercantil “cum animo lucrandi”. Pero en el caso del acontecimiento literario y festivo no ha lugar a interés alguno en obtener beneficio: dinero que entra, dinero que sale en pro de un mejor o más grande resultado de los fines para los que se pone en marcha que son la promoción de la cultura y el esparcimiento y ocio del personal. Ya ha pasado un cuarto de siglo y todavía hay a quien no se le ha metido en la mollera el concepto, lo cual no deja de ser llamativo.

Otra cosa es, y en el caso de la Semana Negra hay varios, que existan aspectos mejorables. No es falta de evolución que el festival lo ha ido haciendo, sino ciertos vicios que padece desde su inicio, pero que, siendo consustanciales con el festival, no se puede a estas alturas estar seguros si son defecto o virtud.

Es cierto que desde el alejamiento de su principal impulsor, Paco Ignacio Taibo II, y sin demérito alguno de sus actuales responsables, el fenómeno multicultural gijonés tiene otro aire o le falta una parte de su espíritu, como si se hubiera recortado parte de la sombra que corre. Fueron muchos años bajo una dirección de fuerte personalidad que lo imprimió todo y que exige a sus sucesores mucho tiento antes de realizar algún tipo de cambio significativo.

De momento, ahí tenemos ya otra edición más –e irán con esta ya veintiocho citas ininterrumpidas– que seguro llamará a miles de visitantes a su seno en los viejos astilleros, donde han querido encajonarla las actuales autoridades municipales, como para apartarla a un extremo, pero con su poder de atracción intacto.

El viernes comenzará de nuevo un fenómeno gijonés que ya ha sido exportado a otros lugares de España y de fuera de nuestro país: un acontecimiento sin parangón que se replica a sí mismo y que algunos invitados, impresionados o sorprendidos, han querido replicar en sus lugares de origen. La Semana Negra fue un feliz hallazgo, tan agraciado que se lleva felizmente sobreviviendo a sí mismo contra viento y marea.