Confusiones interesadas

El rito en nuestro pueblo de la bendición de las aguas consiste en una especie de ¡agua va! con misa previa. Con cura revestido a todo trapo y, menos mal, un nutrido grupo de ciudadanos que protestaban por la presencia de representantes públicos en un acto a todas luces confesional y de una confesión en concreto. No es una muestra de tolerancia, como la caritativa y pía cirujana, en auténtico trance de alcaldesa, ha balbuceado, sino todo lo contrario. Ni tampoco su presencia se justifica por ser tradicional, como ha querido justificar el párroco de San Pedro. Es una falta de respeto a la no confesionalidad del Estado del cual nuestra Administración Local también forma parte, como tampoco es de recibo que sea con fondos consistoriales que se pague el tenderete y megafonía desde el que el cura echa su “speech” a las puertas del templo.

Afortunadamente, los representantes de la mayoría de la corporación municipal se abstuvieron de asistir al acto, lo que dejó claro que la mayoría de los gijoneses no están por la labor de bailarle el agua a unos clérigos católicos que tanto gustan de los fastos mundanos. Esto de ir para obispo y quedarse en párroco es lo que tiene: le gusta a uno brillar, aunque sea por un día, rodeado de autoridades y uniformes aunque sea por un día y por lo que se pudo ser y no se fue. Apelar a la tradición, en casos como este, es una equivocación porque tradiciones hubo, con la Iglesia de por medio, que todos, incluidos los párrocos mundanos y dicharacheros, preferimos olvidar desde, por poner un hito, la abolición de la inquisición acá.

En lo que respecta a la pía alcaldesa, tampoco vale el argumento de que en su calidad de máxima representante ciudadana, su asistencia se justifica al existir una parte de la ciudadanía que profese la religión bajo la cual se practicó el rito, porque, según el mismo argumento también lo es de quienes no la profesan, los cuales pueden sentirse ofendidos.

¿No tiene Moriyón suficiente para celebrar la jornada con la entrega de los honores ciudadanos? Se entregaron las medallas de plata a la Fundación Siloé, la Asociación Juvenil «Abierto hasta el amanecer», el equipo del «Helimer Gijón» de Salvamento Marítimo, la Federación de Asociaciones de Vecinos de la Zona Urbana, y al catedrático emérito e ingeniero aeroespacial Manuel Martínez Sánchez y bien está. Ahí sí que hubo una representación más completa de la corporación municipal como corresponde al civilismo del que todos deberían hacer gala en toda situación.

La muestra de la tan cacareada tolerancia mentada por la alcaldesa sería que asistiera a los actos confesionales que tenga a bien, pero como una feligresa más, no en nombre de un concejo completo. Nadie le quita sus querencias más o menos beatas, lo cual estaría muy mal, pero sin arrogarse representación alguna. Pero hay costumbres de las que es más difícil lograr despegarse que del galipote y esta de la mezcla en algunas cabezas de lo civil y las cuestiones de la antigua religión oficial es una de ellas.

No se libran de responsabilidad los clérigos que formulan la invitación. Tendrían que ser conscientes de su papel y no intentar involucrar ,como hacen por estas fechas o por Begoña, a los munícipes en sus funciones y ritos. Al hacerlo, demuestran que no conocen su papel en la organización social y que sus viejos resabios pueden más incluso que las normas de la correcta convivencia. Les puede el afán de figurar en sociedad y de hacer ese tipo de proselitismo que su jefe romano les ha afeado últimamente. No es mucho pedir un mínimo de discreción y no aceptar, ni tan siquiera¡, que les monten el tingladillo a expensas del ayuntamiento: pero les parece normal y aceptable, cuando es algo impropio y muy feo. Allá todos ellos. Afortunadamente, los tiempos van en otra dirección y alcaldesas beatas y párrocos figurones son fenómenos en franca retirada.