Reaparición con espantada

Esto de las primarias en los partidos tiene su cosa. Lo más notable no son las elecciones en sí mismas, sino el proceso anterior de los avales que, en casi todos los casos, exige un número de ellos considerables. Es como si las formaciones políticas dieran un paso adelante, pero sin que sea demasiado largo. Pasa que hay precandidatos que no llegan a serlo, es decir, ni llegan a confrontar en unas elecciones porque no consiguen el número suficiente de avales para tan siquiera conseguir la cualidad de candidatos.

Le ocurrió a un antiguo prócer socialista en Oviedo, a otro popular en Gijón y, ayer mismo, a otro de IU en Gijón. Los tres, por cierto, muy vistos y, en su momento, mangoneadores del aparato en su propio partido. Diríase que la militancia no está, ni tan si quiera por los demasiado vistos, como si se hubieran contagiado del que se dice sentimiento general de la ciudadanía.

Por otro lado, indica que, sin el control del aparato, los precandidatos apartados de la carrera no son nada: acostumbrados como estaban a ser y actuar como jefes de una tribu, se ven incapaces de ir más allá sin un buen puñado de indios detrás a quienes dar instrucciones y utilizar como peones de sus designios.

Si seguimos con el símil, también puede ser que los afiliados de los partidos se han cansado de hacer el indio y de continuar subidos a una cinta son fin o carrusel en el que siempre se llegaba al mismo punto después de dar unas vueltas. Ciertamente, este sistema marea a cualquiera y es normal que, aunque sea poquito a poco, las bases de los partidos –también por otro lado recelosos ante los que prometen crecepelos milagrosos– se aplican en realizar cambios y retoques que les hagan más presentables ante el electorado.

Las bases de los partidos están formadas por ciudadanos corrientes y molientes, con los mismos padeceres que el resto de la sociedad y, por ello, sometidos al mismo tipo de influencias que los demás. Por eso, una vez abierta la espita de las primarias, es normal que dejen de lado aquellos que reputen como mu visto o gastado.

Hace unos días, el más antiguo diputado en activo, Alfonso Guerra, renunció a su escaño: las vio venir. No hubiera tenido problema para encabezar de nuevo la candidatura por su circunscripción; nadie en su partido le habría puesto problema alguno, pero consideró que ya había estado bien.

Lo malo son aquellos que no se percatan de que su tiempo ha pasado y de que ya ni su propia gente les permite encabezar nada. Es una forma desagradable de hacer mutis. En el último caso de estos días, el de aquel que se permitía el lujo de repartir patentes de modernidades, remató de mala manera con una espantada su intento de reaparición. No todos son un Washington, Churchill o de Gaulle a los que vuelvan a llamar para que salven la patria de los males por venir. Se dice que para dedicarse a la “res publica” son necesarias ciertas dosis de ambición y autoafirmación, pero se ve que a algunos les sobran estas dos cualidades porque antes que ellas hay que contar con otras cualidades como la inteligencia y la perspicacia.

Iniciamos un nuevo año con variados procesos electorales. Las formaciones políticas de toda la vida tendrán que ventilar mucho sus estanterías y renovar sus escaparates para que la ciudadanía se decida por adquirir su mercancía electoral y no se deje arrastrar por cualquiera que aparezca con cualquier cosa que parezca nueva, aunque sea mercancía política y socialmente despreciable.

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