Opacidad y parálisis

Último del año. Si influye el indomable calendario en el flujo o el sentido de las ideas es cosa, de momento, sin contestación. Sin embargo, sí influye en la actividad de los gestores públicos según haya algún proceso electoral cercano: ahí hemos tenido, sin ir más lejos, al inescrutable Rajoy, yendo hasta Ribadedeva para inaugurar cuatro kilómetros largos de autovía que, por otro lado, no son unos kilómetros cualquiera sino los que completan la autovía del Cantábrico a lo largo de la costa astur. Y por aquí a nuestra favorita de la demagogia, la imprescindible caritativa cirujana, a la sazón alcaldesa, más condimento de todas las salsas que nunca. Seguro que ella también espera con ilusión la llegada de los reyes magos para conseguir una nueva foto llena de “glamour” para inaugurar su álbum del nuevo año.

Pero la decadencia de la villa y su concejo es cosa bien a la vista. En la ciudad hemos retrocedido a los tiempos aquellos en los que se arreglaba el centro y a los barrios que les dieran. Aquí ahora, parece que el único barrio que cuenta es el de Somió. Por el Sur y el Oeste que les vayan dando y con una visita propagandística de vez en cuando, como la girada para ver en Jove las casas de la Junta, ya hay suficiente para aparentar preocupación por cada una de los distritos que componen la urbe. Sabemos que no es así, pero ahí tenemos, por mor del calendario, a una Moriyón haciéndose la vista, pero nula en cuanto a gestión municipal con más de medio ayuntamiento en estado de paralización. Da igual que sean asociaciones de jóvenes, empresas de urbanización como Gijón al Norte o fundaciones como la Sociedad de Bioética: todo parado o, como mucho, al ralentí.

Entramos en un nuevo período en el que durante la próxima primavera se decidirá si los que han venido maltratando a la ciudadanía gijonesa durante estos últimos tres años y medio recibirán en las urnas la devolución de tanto desdén o si su apariencia de gestión logrará engatusar al electorado, cosa esta última que no tiene visos de suceder.

El drama de Moriyón es que ella, como supuesta primera autoridad local, no tiene la última palabra: las directrices llegan del amado –o mejor, temido– líder de su formación regional y así ha tenido que sufrir en sus carnes variados revolcones plenarios a manos de la oposición municipal. Tampoco sus intereses se han visto favorecidos por la opacidad de su ocupación profesional: sigue sin estar claro si, a pesar de incompatibilidades y de cobrar salario por alcaldesa a tiempo completo –como la ciudad se merece–, mantiene algún tipo de actividad médica, dedique o no las percepciones derivadas de dichas actividades a sostener obras de caridad o gastárselo en piruletas para degustarlas a la par que monta en bicicleta durante “su tiempo libre”.

Visto lo que ha sucedido, no cabe escurrir el bulto: hemos de reflexionar acerca de nuestra posición de ciudadanos. ¿Qué es lo que queremos? De momento parece que un poco de decencia en la gestión municipal y en el trato que los gestores públicos proporcionen a los ciudadanos. Tampoco estamos para demasiados experimentos o apuestas por lo desconocido. Ya sabemos que hay asuntos que, aparentemente, no son de estricta competencia municipal como la gestión del Musel, el campus universitario o la asistencia sanitaria; pero, ¿es lógico que un ayuntamiento como el nuestro se desentienda absolutamente de ellos?

Hay un ejemplo sangrante: el plan de vías: cierto que en la sociedad “Gijón al Norte” tiene más preponderancia accionarial la administración General y que en igual parte que el consistorio está el Principado; pero, ¿quién sufre las consecuencias de la desidia? Naturalmente los habitantes de la ciudad, por eso no vale que el ayuntamiento se escude en la competencia de otras administraciones. A Moriyón y sus ocho concejales corresponde, como gobernantes de la ciudad que son, preocuparse por la situación del solarón y aportar proyectos de solución, uno detrás de otro, para que la situación revierta, Gijón cuente con estación intermodal y que al desgraciadamente famoso “túnel de la risa” –empecinamiento del amado líder durante su época de ministro de Fomento del PP– se le dé la utilidad prevista.

Está claro, por tanto, que necesitamos un cambio a mejor para este año que entra y que no se nos trate como a figurantes de una representación en la que sólo cuatro amigos, no demasiado bien avenidos, manejan todos los hilos.

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