Elegantes, pero voraces

Por las fotos, el cuadro de la familia de Juan Carlos I de Antonio López –sí, el mismo que se tardó en pintar la friolera de veinte años– parece la foto de un conjunto de figuras de museo de cera envueltas en una luz imposible más que la representación pictórica de unas personas vivitas y coleando. Me llamó la atención que Sofía Glücksburg, la madre del actual Rey, comentara al verlo por primera vez que era una obra de arte. A lo mejor era una fina ironía de tipo prusiano que no se nos alcanza. En realidad, en lugar del retrato del retrato de marras, de lo que quería hablar era de las nutrias del parque de aquí, de nuestro pueblo, pero el tema ya está cogido: en los dos sentidos el del español, de España y el del español, de México o Argentina. Verdaderos artistas de la palabra ya han sentenciado lo que había que sentenciar y, por ello, ya las nutrias son tema, a no ser que nos quedemos con la parte pringosa del asunto: la guerra entre el ayuntamiento pueblerino en el que han convertido al nuestro los casquistas del moriyonato y el gobierno del Principado de Asturias que, aunque pequeño como corresponde a una comunidad de reducido tamaño, mantiene su dignidad.

Desde hace demasiado tiempo, la estética de los parques y jardines gijoneses dejó de ser cuestión política, es decir, influida directamente por los ciudadanos a través de sus legítimos representantes, para ser cosa meramente funcionarial o, como es del gusto decir de un tiempo acá, cuestión de los técnicos. Así tenemos que el ornato y otras cuestiones de nuestros parques y hasta el de las medianas de nuestras vías más anchas o los árboles de algunas calles, han pasado a depender del gusto de un funcionario público o de un pequeño grupo de ellos. Pueden ser excelentes personas, pero su criterio puede ser que no sea el que mejor cuadre con el gusto o sensibilidad de una mayoría ciudadana. S un error a corregir en el próximo mandato: que los representantes públicos impongan a los “técnicos” sus criterios, siempre dentro de lo posible: no se puede pedir a ningún jardinero, pongamos por caso, que haga en esta tierra con este clima jardines tropicales.

Lo de las nutrias del parque no es, por tanto, una casualidad: es el ejemplo de lo que pasa si un asunto, cualquiera que sea, se deja en manos de funcionarios sin que intervenga la acción política. Al final, como en este caso, acaba por convertirse en una cuestión que ha de resolverse mediante la intervención de representantes públicos, para que luego digan que la política no es necesaria. Lo es para lo grande y también para lo pequeño. Los ayudantes de la caritativa cirujana, a la sazón alcaldesa, no se preocuparon de las nutrias del parque lo suficiente hasta que las muertes de aves de produjeron por cientos y el estanque del parque se quedó esquilmado. Después, como en todo, les entraron las prisas y comenzaron con su letanía en contra del gobierno del Principado, como es habitual en ellos.

El grado de indignidad al que han llegado estos gestores del FAC casquista lo impregna todo: desde lo grande, como la baja calidad de la asistencia social en todos sus aspectos, hasta el cuidado de nuestros parques, pasando por las campañas de peatonalización de las calles del centro más vetusto. Hemos caído muy bajo y costará tiempo recuperarlo. Hará falta gente muy experimentada en la gestión pública y no cualquier advenedizo de discurso florido y populista, para enmendar tantos errores y enderezar la vida municipal. No va a ser tiempo de experimentos. Ideas nuevas, sí. Personas de recambio, indudablemente; pero que sepan de qué va esto de un ayuntamiento, por favor. Porque ya hemos tenido bastantes adanes mangoneando el cotarro durante todo un mandato, con el resultado de que han dejado la ciudad como un erial.

El tiempo de las mentirijillas, de las grandes mentiras, de la opacidad, la incapacidad y lo mal hecho o planificado tiene que terminar de una vez porque nos están dejando como a pobres patos alicortados entre las fauces de elegantes, pero voraces nutrias.

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