Lo grande oculta lo pequeño

Se complica la cosa cuando se inicia la semana con la sonada abdicación real. Es como si las cosas en nuestro pueblo quedaran todavía más pequeñas, más ensimismadas. ¿Cómo fijar el objetivo en las ventajas o desventajas de la peatonalización en algunas callejuelas del barrio del Carmen cuando animosos grupos de ciudadanos, armados de banderas republicanas, organizan su festejo en la plaza Mayor? Pero hay que hacerlo. A pesar de los grandes acontecimientos, siguen pasando cosas en esta villa que se dice marinera, pero no queda más remedio que abordar antes algunas cuestiones.

Es innegable que la abdicación del actual rey ha convertido en más virulento un aspecto que siempre ha estado en uno de los estantes de las cuestiones pendientes: la forma de Estado. La monarquía o la república. Es probable que haya una considerable cantidad de ciudadanos en España que prefieren la forma republicana y que lo de Juan Carlos I fue aceptado mayoritariamente en su momento como el mal menor, de ahí el brote, sobre todo por la izquierda, de quienes reclaman un referéndum sin más, un cambio por las bravas, saltándose toda la normativa constitucional: esto hace muy español, hasta revolucionario si se quiere, pero poco práctico para una sana y pacífica convivencia posterior, porque los disconformes se sentirían atropellados en sus derechos e intentarían, a su vez, dar la vuelta a la tortilla a las primeras de cambio.

Hay otro curioso argumento que se utiliza para proclamar la necesidad de un cambio rápido sin necesidad de respetar la norma constitucional: el de que una parte de la ciudadanía no votaron físicamente la Constitución del 78, bien porque eran menores de edad o porque no habían nacido. Alguna constitución vigente sobrepasa los doscientos años, bien que con reformas o enmiendas. El proceso de enmienda de la nuestra, en lo referente a la forma de Estado exige un proceso en el que se exige, por dos veces, un amplio consenso parlamentario, con una disolución de las Cortes de por medio y un referéndum como final del proceso. De ahí, de lo premioso del proceso, quizás la desesperación de los más exaltados republicanos y la exigencia de una especie de revolución.

Lo deseable es que la república llegue como fruta madura, por un consenso generalizado y no como resultado de un proceso chapucero o apartado de la legalidad, porque sólo de tal forma podría consolidarse y no ser causa de división o enfrentamiento social. Es como si quisiéramos olvidar ciertas lecciones históricas.

Sumidos en estas enjundiosas cavilaciones parece como si nos olvidáramos que los casquistas y minoritarios mandamases municipales no vayan a cometer un apresuramiento al convertir el barrio del Carmen en una inhabitable gran terraza de bar que llenan las calles de ruido y molestias para los vecinos, con lo que el barrio se acaba convirtiendo en un lugar de diversión para la clientela hostelera y en una tortura para sus vecinos, sin tener ya en cuenta que siendo en gran parte sus habitantes población mayor se les dificulta el acceso a vehículos, no ya privados, sino públicos o de urgencias. Ya hay calles que son una gran terraza sin espacio para taxis o ambulancias. Probablemente estos problemas no sean propios de Somió o de los barrios dormitorio, pero sí lo son de los pequeños barrios céntricos. Enmendar el error cometido en Cimadevilla exigió medidas correctoras que siguen sin conformar a todo el mundo. Ahora, llevamos camino de cometer otro en el antiguo arrabal de la Rueda o barrio del Carmen. Así será, si así lo desean, pero el gran error con el nombre del barrio en cuestión es el de una caritativa cirujana, insensible vecina de Somió, a la sazón primera autoridad municipal.

Y mientras, sigamos sumidos en las hondas cavilaciones sobre si monarquía o república.